¡ALADINO, TE LO RUEGO!
TOMÁS URTUSÁSTEGUI 2010
Dedicado a Luis Moreno por sus ochenta años.
ANSELMO: (PERSONAJE DE MÁS DE SETENTA AÑOS DE EDAD. VISTE INFORMAL PERO CON BUENA CALIDAD EN SU ROPA Y ZAPATOS. MUESTRA UNA LÁMPARA COMO LA CONOCIDA DE ALADINO) Siempre me ha gustado esta lámpara que compré alguna vez en la Lagunilla. Me recuerda a la de Aladino que aparece en la película de Disney. Con los años se ha manchado mucho por lo que me puse a frotarla con Brasso. Por supuesto no apareció ningún ser salido de ella. No salió pero me lo imaginé: Muy alto, gordo, fuerte, serio, con pantalón amplio y babuchas. También me imaginé que me preguntó, o más bien me ordenó, que le dijera un deseo, pero sólo uno, que me lo iba a conceder. A mis setenta y cinco años de vida pocos deseos importantes nos quedan: ser rico ¿para qué? ¿Para dejar una herencia? ¿Ser inteligente? Si ya a nuestra edad no nos dan trabajo en ninguna parte y entonces para qué nos sirve ser tan inteligentes. Ser bello. Eso es de risa. Por decir algo murmuré: quiero vivir mil años. Sonreí. Comprobé que la lámpara había quedado limpia, la coloqué en su sitio y me fui a leer el periódico. Por la tarde sonreí pensando en eso de vivir mil años y sobre todo en la estupidez por no haber dicho que quería vivirlos pero estando joven, no como ahora en que me cuesta trabajo todo: ir al baño, subir escaleras, leer mucho tiempo y para qué seguir. Soy tonto en seguir pensando en esto, es un cuento de niños, me dije, y me puse a hacer otras cosas. Cuando cumplí ochenta y cinco años de edad me sorprendió verme mucho mejor que los dos amigos que aún me quedaban, todos los demás ya habían fallecido. Achaqué mi mejor salud a las dietas, al caminar todos los días al menos media hora, a poder dormir bien, a no tener demasiados problemas económicos. Vivía del seguro de jubilación que aumentaba año tras año. A los noventa y cinco ya no me quedaba un solo amigo, un solo pariente de mi generación. Si tenía sobrinos y dos nietos. Empecé a
preocuparme de verdad. ¿Y si lo que pedí fue concedido? Volví a decirme que fue un momento de imaginación, que ni siquiera apareció nadie. Pero… A los cien años fui muy festejado por algún vecino, por mis nietos y bisnietos y por la empresa en la que trabajé tantos años. Todos me dijeron lo de siempre, que qué bien estaba, que cómo le hacía. A los ciento veinte años empezó mi verdadero problema. Ya no me querían pagar la jubilación. Si no me he muerto, decía yo. Ellos aseguraban que ya me habían pagado más años de jubilado que los que trabajé. Por otro lado me iba quedando día a día más solo. Mis nietos ya eran personas mayores, mis bisnietos jamás me visitaban. Ya no tenía amigos. Cuando me acercaba a las demás personas no me entendía con ellas. Ya sus aparatos que usaban para todo: para comunicarse, para viajar y hasta para hacer el amor, eran totalmente incomprendidos por mí. A los ciento cuarenta años pasé a ser un fenómeno. Todas las universidades del mundo y todos los hospitales querían que estuviera yo presente para hacerme estudios. Querían saber el por qué no me había muerto. Cuando cumplí los doscientos años ya tenía mucho que me habían quitado la pensión, vivía en un cuarto en un asilo donde era el prodigio que enseñaban a los periodistas o gente que lo visitaba y al que el resto del tiempo nadie le hacía caso. Y sí, seguía yo con mis facultades que tenía cuando cumplí los setenta y cinco años, también mi físico no había cambiado. Pero ya nada me interesaba, ya no conocía a nadie, lo que sucedía en el mundo era algo muy alejado de mí. El idioma, el mío, el materno, prácticamente no lo entendía. Se había llenado de nuevas palabras y las conocidas por mí dejaron de usarse. Ahora era otro. Y así cambiaron los alimentos, el clima, el vestuario. Ya no se diga de los medios de comunicación. Yo no cabía en
ningún lugar. Era como un animal de un zoológico al que retrataban. Lo que yo decía dejó de interesar pues era siempre lo mismo. Ni siquiera cuando agregué lo de la lámpara de Aladino les interesó. Sólo se rieron de mí. Ya voy a cumplir cuatrocientos años. He tratado de quitarme la vida en incontables ocasiones. Nunca pude. Ya nada me interesa, ya a nadie intereso. Los que llevan mi apellido son unos perfectos desconocidos. Ayer encontré en una petaca la lámpara aquella, la que froté para limpiar. La tomé y con mi pañuelo más fino me puse a frotarla. ¡Por favor, Aladino, permite que me muera! Lo dije con pasión, con verdad, con lágrimas en los ojos. ¡Te juro que ya no quiero vivir un segundo más! No sé si en esta segunda ocasión Aladino me escuchó o no, pienso que fue lo segundo pues hoy que cumplo seiscientos años sigo siendo una rareza a la que exponen una vez a la semana en un museo. El resto me tienen encerrado en este cuarto, en el mismo que están las momias de Egipto. ¡Por favor, Aladino, por favor! ¡Te lo ruego!
RESUMEN: MONÓLOGO DONDE UN HOMBRE SE ARREPIENTE DE PEDIR VIVIR MIL AÑOS A ALADINO.