Psicología Social del trabajo Introducción Economía y experiencia humana La cosmovisión industrialista El horizonte postindustrial Bibliografía Lecturas complementarias
INTRODUCCION
Ante la mentalidad moderna industrial, el trabajo aparece como un fenómeno pancultural y un factor clave de la experiencia humana. No sólo como un simple medio económico de satisfacer necesidades materiales, sino también como patrón regulador del intercambio de bienes y servicios, contexto fundamental de las relaciones sociales e interpersonales y eje vertebrador de la vida de las gentes y de los pueblos, de las ciudades y de las naciones. Constituye también un principio básico de la organización del espacio-tiempo antropológicos (desde la planificación de los territorios locales y de las redes globales de la información y la comunicación hasta la del ciclo vital de los individuos y del tiempo cotidiano de las comunidades) y, en definitiva, un soporte básico del orden moral, económico, social, jurídico, político y cultural.
Tanto es así, que el sentido común y el pensamiento social contemporáneos —los que se producen, construyen, reflejan y condensan en los libros, así como en los mensajes de otros poderosos media— giran en tomo a la consideración del mismo como circunstancia vital de primera clase (Rodríguez, 1990), dispositivo relevante del principio de realidad (Freud, 1930), dimensión constitutiva de la condición humano (Arendt, 1958) y factor consubstancial a la existencia mundana e inherente a la misma naturaleza de los seres humanos (Marx, 1844).
Esta imagen de universalidad —síntesis de ubicuidad y eternidad— le confiere la connotación de necesidad inevitable e inescapable, de destino ineludible e incuestionable. Por supuesto, un fenómeno de tal entidad no ha pasado desapercibido para la Psicología Social Aplicada.
El objetivo del presente capítulo consiste en brindar no tanto un panorama retrospectivo de las aportaciones disciplinares a la investigación y a la intervención sobre el tema cuanto una aproximación prospectiva al estado de la cuestión, atendiendo a las implicaciones teóricas y prácticas del vertiginoso proceso de cambio de gestalt del macroentorno socioeconómico.
Se ofrece, por tanto, más que una revisión erudita del estado actual de los desarrollos de la disciplina, una señalización de problemas que (aún) no figuran explícitamente como urgentes ni prioritarios en la agenda de la reflexión teórica ni en el orden del día de la planificación y la gestión políticas.
Ello conlleva una atención particular, por una parte, a las premisas mitológicas subyacentes al (meta) paradigma en el que cobran significado y sentido las preguntas y las respuestas científico sociales e ideológico-políticas convencionales sobre el trabajo y el empleo a lo largo de la modernidad industrial y, por otra, a las tendencias de crisis no detectables ni predictibles desde esa perspectiva normal, así como a las anomalías inexplicables e irresolubles desde la misma.
ECONOMIA Y EXPERIENCIA HUMANA Trabajo y empleo
El término trabajo es un significante estático e invariable que, sin embargo, remite a una pluralidad de significados dinámicos y variables.
Se refieren por un lado, a un tipo específico de actividad humana desarrollada en determinadas situaciones y contextos socioeconómicos y, por otro, a las construcciones socioculturales del sentido y del valor de tal experiencia.
El componente nuclear que sirve de denominador común a todas las formas históricas de tal actividad consiste en la inversión consciente e intencional (retribuida o no, con o sin cláusulas contractuales) de una determinada cantidad de esfuerzo (individual o colectivo) en orden a la producción de bienes, elaboración de productos o realización de servicios con los que satisfacer algún tipo de necesidades humanas.
Los diccionarios etimológicos proporcionan una idea de la polisemia del vocablo trabajo y de la evolución de su significado. En su acepción arcaica, remite a un instrumento de tres palos (tripolium) a los que se ata al condenado a un castigo corporal, sobre el que se ejecuta la acción de torturar (tripoliare). En este sentido, trabajar connota esfuerzo, fatiga, agobio, humillación, tormento y coerción.
En el marco de la cosmovisión moderna, se tiende a subrayar, en cambio, su relación con la utilidad, el valor, la organización social o el desarrollo humano y a discutir acerca de si la división del trabajo es un factor de lucha de clases en sentido marxiano o bien de integración orgánica en términos durkheimianos.
Obviando estas cuestiones, Peiró lo describe como el conjunto de actividades humanos, retribuidos o no, de carácter productivo y creativo que, mediante el uso de técnicas, instrumentos, materias o informaciones disponibles, permite obtener, producir o prestar ciertos bienes, productos o servicios. En dicho actividad, lo persona aporta energías, habilidades, conocimientos y otros diversos recursos y obtiene algún tipo de compensación material, psicológica y/o social (1989, 163).
Por su parte, el empleo (del latín implicare: comprometer a alguien en algo) constituye una modalidad particular sociohistóricamente determinada de trabajo, caracterizada por una relación jurídico-contractual, de carácter voluntario entre dos partes: la contratada, que vende su tiempo, esfuerzo, habilidades y rendimientos de trabajo, y la contratante, que los compra, generalmente mediante dinero y ocasionalmente a cambio de bienes y/o servicios (Jahoda, 1982; O’Brien, 1986, 1987). Así, el empleo reduce el trabajo al estatuto de valor de cambio y, en último término, de mercancía.
Comúnmente, se suele utilizar la expresión actividad laboral como sinónimo de trabajo y de empleo, entendiéndose por trabajar la obtención de dinero en una situación de empleo contractual (MOW, 1987). Cuando se entra en matices, se considera trabajadoras a las personas operarias de cuello azul y empleados a las que ejercen como profesionales, luciendo cuello blanco.
La literatura especializada aporta significativos elementos de confusión conceptual y terminológica entre trabajo y empleo en sus diversas traducciones (cf. Blanch, 1990). Y también diferenciaciones puntuales: Arendt (1958) distingue el labor (actividad económica orientada a la satisfacción de necesidades humanas inmediatas) del work (tarea de construcción y mantenimiento de la infraestructura material artificial de la civilización) y Hall (1975, 1986, 1993) asocia el concepto de ocupación al desempeño del rol laboral y al status social que conlleva.
En suma, el campo semántico del trabajo incluye, aunque no exclusivamente, las parcelas del empleo y de la ocupación: la actividad laboral de producción de bienes, elaboración de productos o realización de servicios desarrollada en los ámbitos doméstico, del voluntariado social, de lo que Toffler (1983) denomina prosumo (bricolage, cultivo del propio huerto...) o de la gestión de la propia empresa no constituye propiamente empleo, si bien reúne los requisitos fundamentales del trabajo.
Lo que determina que un trabajo sea o no empleo no es pues, el contenido de la tarea, sino el contexto (contractual o no) en que se desarrolla: así, por ejemplo, es empleo el trabajo de la persona que ejerce como empleada de hogar, como profesional de la carpintería en su taller, como jornalera por cuenta ajena, como asistente sanitaria o incluso practicando el viejo oficio de la prostitución; pero no es empleo el trabajo del ama de casa, el del abogado practicando bricolage en casa, el del propietario agrícola que cultiva sus campos, el del socorrista voluntario ni el de quien se dedica a la actividad también ancestral del llamado amor libre. Excepcionalmente, ciertas formas de empleo arcaicas (prebendas. canongías y similares) no suelen conllevar una actividad laboral propiamente dicha.
La práctica laboral como realidad sociohistórica
El trabajo es una institución tan antigua como la misma humanidad. A lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio socioculturales, no sólo diversifica su escenario, su trama y sus actores, sino que también metamorfosea el sentido, el valor, el significado y las funciones que le son encomendadas.
Sólo una perspectiva sociohistórica permite entrever, por un lado, lo que el trabajo conlleva de relatividad situacional y de variabilidad contextual y, por otro, vislumbrar algunas relevantes implicaciones ideológico-políticas, socioculturales y psicológicas del actual proceso de transición hacia la era postindustrial.
Un breve repaso esquemático de algunos hitos del legado cultural de las sociedades precapitalistas permite comprender que lo que está en juego en la actual crisis del mercado laboral del mundo industrializado no son realidades eternas e inmanentes a
la naturaleza humana; sino, en gran manera, contingentes a las construcciones socio-culturales propias y características de lo que Saint-Simon (1820-22) bautizó, hace menos de dos siglos, con el nombre de sistema industrial.
En las sociedades primitivas, la actividad laboral consiste en una interacción homonatura; en las sociedades industriales, se caracteriza por la mediación instrumental de unas máquinas y herramientas más o menos sofisticadas. En las postindustriales, se trata, como ya apunta Bell (1973), de juego entre personas, que intercambian especialmente información.
Cada uno de estos entornas, eras o civilizaciones conlleva su propia fundamentación filosófica y, en definitiva, su cosmovisión subyacente. En el presente apartado, se trata de reconstruir los ejes vertebradores de la cultura preindustrial del trabajo. En el siguiente, se realiza lo propio con la industrial. Los ulteriores aportan esbozos de lo que podrían constituir rasgos significativos de la cultura laboral de la era postindustrial.
LOS ORIGENES
El trabajo prehistórico está exclusivamente orientado a la satisfacción de necesidades humanas básicas y es realizado por la totalidad de los del grupo. Según Sahlins (1977, en las sociedades precapitalistas, se trabaja sólo el tiempo necesario para la obtención del sustento material. Esa cultura económica gira en torno a la noción de equilibro; esto es, de armónica adecuación entre los recursos obtenidos y las necesidades percibidas, entre los bienes físicamente disponibles y los deseos socialmente sostenibles.
En las cosmovisiones orientales, africanas y americano-precolombinas, la actividad laboral aparece asociada a la lógica de la subsistencia material cotidiana y, por tanto, como un imperativo del principio de realidad de la existencia mundana. Lo cual no guarda ningún tipo de relación necesaria con la moderna concepción de la racionalidad económica asociada al progreso material. LA PERSPECTIVA BIBLICA
El Libro del Génesis se hace eco de las tres tradiciones fundamentales del Judeo Cristianismo concernientes al sentido y al valor del trabajo: Un fenómeno neutro. En sus dos primeros capítulos, presenta el universo como un producto de la obra creativa de Dios y al ser humano como la obra maestra del Supremo Alfarero. En esa línea, los Evangelios narran como el Hijo de Dios hecho hombre vive como hijo adoptivo de un carpintero, habla el lenguaje de los agricultores, pastores y pescadores, y define su evangelización en términos de siembra, pastoreo y pesca.
Con ello, sin embargo, no se trata de divinizar el trabajo, sino de enfatizar la naturaleza creada (no sagrada) del mundo material, el impulso divino de la irrupción del ser humano sobre la Tierra y el carácter encarnado de la misión mundana del Verbo Divino. Un experiencia negativa. El capítulo III del mismo Génesis alude a lo que el trabajo conlleva de castigo por el pecado: Comerás el pan con el sudor de tu frente (3, 19). Esta maldición divina que pesa sobre la naturaleza humana caída va asociada, además, al parto con dolor, a las espinas y cardos que produce la tierra, a la enfermedad y la muerte.
La literatura sapiencial refleja esta idea de la indignidad del trabajo: el forraje, la carga y el palo para el asno; el pan, la corrección y el trabajo para el siervo (Eclesiástico 33. 25). Difícilmente se libra de culpa el mercader. El tendero no estora sin pecado (id. 26, 38). Uno tarea positiva. Los mismos dos primeros capítulos señalan la actividad laboral como un imperativo divino, como la misión de ocupar y someter la tierra, de cultivar y guardar el jardín del Edén. El Nuevo Testamento, por su parte, ensalza al siervo que hace rendir los talentos que le han sido confiados (Mateo 25, 14): el apóstol Pablo presume de no ser una carga para nadie, viviendo del trabajo de sus manos (Hechos 20, 34) y denuncia la actitud de quien, desde la indolencia,
vive del trabajo de los demás: si alguien no quiere trabajar, que no comao (11 Tesalonícenses 3, lO). Con ello, enlaza con un sector de la tradición sapiencial, que señala la ociosidad como frente de muchas maldades (Eclesiástico 33, 29) e invita al perezoso a imitarla laboriosidad de las abejas y de las hormigas (Proverbios 12, 24; 27).
Esa tradición, sin embargo, no va más allá de una simple concepción instrumental del trabajo: por un lado, da por supuesto que quien construye la casa la habita, quien planta viñedos bebe vino y quien cultiva el campo come sus productos (cf: Isaías 62, 8ss.; Amós 9,14). Pero, por otro, invitas quienes se obsesionan por el qué comeremos, que beberemos y con qué nos vestiremos a imitar las aves del cielo, que no siembran ni siegan y los lirios de los campos, que no se fatigan ni hilan (Mateo 6, 26ss.). Puesto que, ¿qué le quedo al ser humano de todo su trabajo y de los esfuerzos que ha realizado a lo largo de su vida? (...) Dios de fatigo y noches de insomnio. También eso es vanidad (Eclesiastés 2, 22-24). Por eso, el Evangelio cristiano proclama que no sólo de pan vive el ser humano (Lucas 4, 4); por lo cual invita a trabajar, pero no por el alimento perecedero, sino por el que proporciono vida eterno (Juan 6, 27).
En tal contexto, no resulta pues sorprendente que, entre las múltiples categorías de personas bienaventurados (los pobres de espíritu, quienes tienen hombre y sed de justicia, los limpios de corazón, los pacíficos...) no figuren los trabajadores a secas.
LA TRADICION GRECORROMANA
Constituye el otro pilar de la cultura occidental preindustrial. Al igual que la judeocristiana, refleja diversas connotaciones del trabajo con un denominador común: como sugiere Hesiodo (1984), en el siglo VIII AC., en su obra Los trabajos y los días, los unos van tan indisolublemente unidos a la vida humana como los otros.
Si la Biblia inspira ambivalencia ante el trabajo, la filosofía griega clásica presenta el trabajar como un mal necesario y una maldición ineludible para los muchos que, gracias a su esforzada labor, hacen posible la actividad ociosa (liberada del trabajo)
de los pocos privilegiados. Así, pues, en la polis, la división del trabajo da pie a la categorización social ciudadanos/esclavos que, a su vez, remite a la diferenciación ociosos/trabajadores.
Ajuicio de Arendt (1958), la indignidad de la esclavitud antigua no se fundamenta exclusivamente en lo que Marx & Engels (1848) presentan en términos de explotación y dominación de una clase social por otra; sino, principalmente, en la subordinación del colectivo de esclavos a la lógica de la necesidad (de trabajar): lo que, según esta autora, sintomatiza y sintetiza el estigma de la esclavitud no es tanto la privación política de libertad cuanto la imposición social del trabajo. En otros términos, las connotaciones negativas del estatus de esclavo derivan más del hecho de ser cosa de gente trabajadora que del de corresponder a un colectivo ilegitimado para participar en las decisiones concernientes ‘a los asuntos de la polis.
Por eso, el Platón de los Diálogos (1981) niega el carácter humano del trabajo realizado por esclavos. Según él, la plenitud humana se logra en la actividad filosófica, al alcance sólo de personas libres (ociosas). Su discípulo Aristóteles, en su Política (1970) y también en su Ética Nicomaquea (1985) contrapone la dignidad de la sjolé (actividad contemplativa, intelectual, libre, ociosa, autogratificante) a la indignidad del ponos (práctica laboral, desarrollada bajo el imperio de la necesidad, del esfuerzo y la penosidad) y de la banausía (trabajo manual).
En la civitas romana, al igual que en la polis griega, las tareas productivas corresponden básicamente a esclavos (a menudo víctimas del tripolium). Sin embargo, la ciudadanía del nuevo imperio ve con más buenos ojos que los filósofos griegos la actividad política, jurídica, militar o mercantil.
El otium cum dignitate ciceroniano incluye, como indica Munné (1980) no tan sólo la mera contemplación filosófica, sino también las dimensiones del descanso y el recreo, asociadas, de algún modo, a la actividad laboral. Aquí no se trata, pues, de una dicotomía política (todo para los pocos, nada para los muchos), sino de una desigualdad social en lo que concierne a la participación en la ociosidad, reservándose para las masas plebeyas el pseudoocio del panem et circenses, desprovisto de dignidad.
LA CRISTIANDAD MEDIEVAL
Las tradiciones bíblica y grecorromana laten en la visión de la vida y en las prácticas sociales de la Europa del medioevo: aquí, el protagonista del trabajo es el siervo, mitad persona y mitad esclavo, sólo a medias causa sui. Con su actividad laboral, garantiza la dignidad de su señor, que le domina, explota y ampara. En ese contexto, el trabajar sigue constituyendo una simple actividad práctica instrumental socialmente subvalorada, al permanecer vinculadas la nobleza, la virtud y la santidad al no-trabajo.
San Agustín afirma la primacía de la Ciudad de Dios sobre la Ciudad Terrena, al igual que San Benito la del oro sobre el laboro y Santo Tomás la de la piedad sobre el trabajo. El ideal griego de la sjolé es mantenido por la tradición monacal, que desarrolla la filosofía escolástica. Si bien los monjes de Cluny practican tareas laborales como una especie de terapia preventiva contra el vicio de la acedia (pereza e inapetencia espiritual) y los renovadores cistercienses valoran positivamente el carácter redentor del mismo trabajo manual, la emergencia de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos), que imitan los gestos y el estilo de vida de los mendigos, vuelve a poner las cosas en su sitio y a expresar la profunda ambivalencia medieval ante el trabajo.
EL SALTO CULTURAL DE LO ANTIGUO A LO MODERNO
La relatividad sociohistórica del significado, del sentido y del valor del trabajo se refleja en el contraste entre algunos rasgos salientes del perfil cultural de las sociedades preindustriales y sus correspondientes análogos en el de las industriales: La lógica subyacente a la Economía de la Edad de Piedra (Sahlins, 1977) se fundamenta en la armonía entre deseos y recursos, así como en el equilibrio homo-natura. La de la economía capitalista se basa en el mito de la escasez, que activa un complejo proceso de génesis ideológico de necesidades (Baudrillard, 1977) y en la compulsión por la productividad que, de acuerdo con la
Contribución a la historia moral e intelectual del hombre económico moderno (Sombart, 1926), induce a forzar el ritmo natural de la producción en función de la economización del tiempo. Incluso el trabajo de los antiguos esclavos está sometido a los cielos naturales. El de muchos profesionales modernos es una lucha estresante contra el reloj, de la mano del café y las anfetaminas. El carpe diem del poeta epicureísta Horatius —traducido (traicionado) etnocéntricamente a la modernidad en términos de aprovecha el día— es una incitación a gozar del tiempo vital en el espacio privilegiado del jardín, situación natural de paz, sosiego, placer y libertad. Nada tiene que ver con el consejo que el filósofo del capitalismo Benjamín Franklin (1729) da al buen burgués: aprovechar el tiempo en tanto que bien económico y, por tanto, precioso; esto es, ganable, perdible y transformable en oro o en dinero (time is gold, time is money), mediante el trabajo. Ni con las recomendaciones de Richard Baxter (1677), desde su Suma de Teología Práctica, a sus fieles: apreciar grandemente el tiempo y, por tanto, no perderlo, para no perder tampoco el oro ni el dinero. Sólo atendiendo a estas coordenadas ideológicas modernas resulta comprensible el que la mayoría de la gente viva como desagradable la pérdida de tiempo y como agradable el aprovechamiento del mismo (Grossin, 1984) y el que uno de los componentes principales del horror al desempleo sea precisamente la experiencia insoportable de la vaciedad del tiempo de exclusión del trabajo (Jabada, 1982). Para la élite intelectual de los antiguos griegos, la indignidad de la esclavitud radies en la obligación de trabajar. Para un patriarca de la modernidad como Montesquieu, un hombre no es pobre porque no tiene nodo, sino porque no trabajo (1748, 305). A las puertas del siglo XXI, el trabajo ya no es un rugo de esclavos, sino un lujo de privilegiados con empleo, un indicador indiscutible de identidad positiva, una expresión de ciudadanía, un derecho y un deber constitucionales. La político, según el antiguo Aristóteles (1975) distingue el bien de quienes pueden permitirse el filosofar del mal de los obligados a trabajar. Por el contrario, el sistema industrial (Saint Simon, 1820-22) contrapone la bondad de los
industriales a la maldad de los ociosos. En las sociedades preindustriales, la nobleza y la dignidad personales vienen fundamentalmente marcadas por el linaje y la tierra, siendo siempre atributos de gente que no trabaja. En las industriales, representan sobre toda una conquista individual realizada en el ámbito sociolaboral, hasta el punto en que la identidad profesional ha llegado a constituir el núcleo del autoconcepto y de la. autopresentación (Stoetzel, 1983). Hasta los tiempos modernos, la actividad económica no constituye un referente importante para ninguna Weltanschauung. En la civilización industrial, en cambio, se ha convertido no sólo en una categoría central de la experiencia humana individual y colectiva, sinó también en un relevante valor transideológico: en efecto, burgueses y proletarios, capitalistas y comunistas, fascistas y demócratas, socialistas y liberales, protestantes y católicos, machistas y feministas... convienen en considerar el trabajo como una coordenada principal de la moral, el derecho, la política, la cultura y el humanismo. En el griego clásico, sjolé significa tiempo de libertad anteponiéndose la partícula negativa o en el término asjolía para significar la actividad laboral. Por el contrario, las expresiones idiomáticas vigentes en el sistema industrial han invertido radicalmente el sentido de la dirección: suelen reservar la vertiente positiva para referirse a la situación de empleo (y sus sinónimos y traducciones) y la contraria (con sus correspondientes partículas de negación) para señalar un estado supuestamente anómalo y carencial como el desempleo.
LA COSMOVISION INDUSTRIALISTA
INTRODUCCION
Entre los pilares mitológicos sobre los que se construye la modernidad y se consuma la revolución industrial destaca el trabajo, entendido como el motor de un progreso
guiado por la razón.
El presente capitulo trata sobre algunos aspectos de lo que el sistema industrial conlleva de especificidad e innovación históricas con respecto a las sociedades precapitalistas. En primer lugar, se expone precisamente el proceso de centralización social de la práctica laboral mediante el establecimiento del trabajo como categoría ética, antropológica y cultural fundamentalmente. Después, se revisa la incidencia de esta reconceptualización del trabajo sobre el sentido común, la experiencia cotidiana y la dinámica sociopolítica.
La entronización cultural del trabajo
A lo largo de la era industrial, el trabajo trasciende la estricta esfera de la economía y se extiende a los demás ámbitos relevantes en la vida de las personas y de las comunidades. Ese proceso es descrito, de modo más o menos preciso y coherente, en las más diversas aportaciones historiográficas (cf p. ej: Aizpuru & Rivera. 1994; Anthony, 1977; Berger, 1964, 1989; De Ruggiero, 1973; Jaccard, 1960; Manzanares, 1992; Pahl, 1988; Sombart, 1926; Weber, 1905).
Por su parte, la investigación psicosocial se hace eco del tema al investigar sobre tópicos como la ética, los valores, las actitudes, la motivación, la centralidad, el compromiso, la implicación, el significado o la misma personalidad laborales (cf p.ej: Alvaro, 1992; Blanch, 1990; Furnham, 1990; Harding et al. 1986; Kahn, 1981; MOW, 1987; O’Brien, 1986, 1987; Orizo, 1991; Peiróetal, 1993; Stoetzel, 1983; Warr, 1987).
EL ASCETISMO LABORAL
La esclavitud y la servidumbre connotan motivación extrínseca para el trabajo (coerción, miedo al castigo, palos, pan, protección...). La actividad empresarial y profesional, en cambio, parecen sobre todo impulsadas, orientadas y sostenidas por factores intrínsecos, de carácter autorrealizador y expresivo.
Entre la imposición de la actividad laboral a la clase trabajadora y la reivindicación del derecho al trabajo por la ciudadanía, se ha producido una revolución cultural de primer orden, que ha arraigado no sólo en las vanguardias ideológicas, sino también en el sentido común y en la opinión pública.
Max Weber (1905) detecta, en la transformación (por los predicadores populares) de la teología protestante en moral cotidiana, uno de los factores decisivos de la irrupción histórica y del arraigo social del espíritu del capitalismo en las sociedades que lideran la revolución industrial. Entre los rasgos característicos de este nuevo ethos, figuran el ascetismo intramundano, la proscripción de la ociosidad y la correspondiente prescripción de la laboriosidad, la exaltación de la moral profesional como patente de virtud, la racionalización instrumental de la actividad productiva y del progreso material, así como altas dosis de motivación intrínseca, de locus de control interno y de incentivación por el logro. Al vivir el creyente protestante el trabajo no como un castigo para los condenados, sino como una oportunidad para rastrear en el espacio-tiempo del sistema productivo los indicios de su salvación escatológica y como una especie de misión para los elegidos, su fe se traduce en pasión por el ahorro, iniciativa para la inversión, capacidad de esfuerzo, constancia y disciplina laborales y, en último término, en eficacia y eficiencia económicas.
Si bien las tesis weberianas son objeto de una notable controversia en el campo de las Ciencias Sociales con respecto a la contribución del protestantismo a la nueva moral industrial, parece fuera de duda que esta orientación religiosa ha contribuido decisivamente al desplazamiento moderno de la valoración del trabajo desde el po1o bíblico del castigo hacia el de la vocación, hasta el punto en que —como observa Stoetzel en su versión del informe final del primer estudio sobre los valores del tiempo presente impulsado por la European Values Systems Study Group Foundation—, actualmente, nadie en Europa considera lo obligación de trabajar como un escándalo o uno maldición (1986, 163).
LA ANTROPOLOGIA TRABAJISTA
Uno de los principales inspiradores de la consciencia y la moral burguesas, Benjamín Franklin (1729), define al ser humano como animal productor de instrumentos (toolmaking animal). El principal detractor de la ideología de esta clase emergente, Karl Marx (1844), va en ese sentido, aún más lejos: su Materialismo Histórico define al individuo humano como productor, los procesos sociales en términos de relaciones de producción, la Historia como una sucesión de modos de producción, protagonizada por la clase trabajadora, y la praxis laboral como el puente de unión entre el sujeto y el objeto, el trampolín para el salto de la naturaleza a la cultura, el sacramento de la reconciliación entre la materia y el espíritu, el punto de encuentro entre la teoría y la práctica, el factor de síntesis de lo individual y lo universal, el medio
fundamental
de
autoproducción
y
de
autoalienación
humanas,
de
humanización de la naturaleza y de naturalización humana.
En su estudio sobre el proceso de transformación del mono en hombre, F. Engels (1876) concluye que el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo. Para el más conocido de los psicólogos soviéticos, Alexander Luria (1975), la fabricación de herramientas de trabajo constituye la primera forma de actividad consciente y el principal indicador del salto antropológico de la historia natural de los animales a lo historia cultural humana, hasta el punto en que el mismo trabajo ha llegado a constituir la base sobre la que se organizan la sociedad, la cultura y los procesos psíquicos superiores.
Esa idea ya forma parte del substrato de la mentalidad moderna. Por esto late en visiones tan heterogéneas y, al tiempo, tan próximas como las de Sombart (1926) sobre el burgués como nuevo tipo humano —el hombre económico—, de Maslow (1962) sobre el perfil antropológico del hombre hacedor, de Vuillemin (1949) —que dedica un tratado de metafísica al tópico el ser y el trabajo—o de J. L. López Bulla, un veterano dirigente sindical, para quien el trabajo es el elemento sustancial y definidor del bienestar, de lo condición personal y humana, del grado de civilización de cualquier sociedad (...) es, pues, el elemento central de la vida (1991).
EL CULTO AL EMPLEO
Tener empleo no es sólo un trabajo y un salario, es tener un lugar en lo sociedad. (Díaz & Luceras, 1996)
La afirmación de estos sindicalistas (de UGT y de CC 00, respectivamente) refleja la relevancia de la actividad laboral en la cultura industrial, que se pone de manifiesto asimismo en la alta valoración genérica que la gente hace del trabajo, en sus considerables ganas de trabajar y en su satisfacción por el sólo hecho de estar trabajando (working) —simétricamente contrapuesta a su profunda insatisfacción en situación de desempleo—, independientemente de las gratificaciones que le proporciona su empleo (job) concreto, y en su no menos elevada disposición a seguir trabajando, aún en el caso de que un golpe de suerte (lotería, herencia...) le proporcionara suficientes recursos económicos como para vivir confortablemente el resto de sus días, sin necesidad de una remuneración salarial.
El grado de satisfacción con el empleo concreto y la consiguiente disposición a permanecer en el mismo después de haber accedido súbitamente a la posesión de una fortuna depende de las características del puesto: los profesionales y empleados de alta cualificación suelen mostrarse altamente satisfechos con su empleo y dispuestos a conservarlo; mientras que los obreros manuales no cualificados se sitúan habitualmente en el polo opuesto de esas escalas de satisfacción y de disponibilidad (Morse & Weiss, 1955: O’Toole, 197S, 1983; Quinn & Staines, 1979; Vecchio, 1980; Kahn, 1981; Stoetzel, 1983; Orizo, 1983, 1991; Harding, Phillips & Focarty, 1986; Warr, 1987; MOW, 1987; Blanch, 1990). Ello sugiere que el trabajo constituye un valor no sólo instrumental, sino que tiene también algo de expresivo y final.
El que la mayoría de las investigaciones sean de ámbito local o internacional, pongan de manifiesto la persistente importancia que se da, en las sociedades industrializadas, al hecho de trabajar, así como el arraigo en las mismas de la creencia normativa acerca de la necesidad de un empleo, no obsta el que significativas voces hablen actualmente de crisis y de cambios en lo concerniente a la ética y a la valoración del trabajo: desde hace tiempo, se viene hablando de desmoronamiento
progresivo de la ideología del trabajo (Rosanvallon, 1975), de una ola creciente de alergia al trabajo (Rousselet, 1974; Battaglia, 1980) y de rechazo del mismo por amplios sectores juveniles (Drancourt. 1986), por la adopción de valores postlaborales y el consiguiente desplazamiento moral desde el ascetismo laboral hacia el hedonismo de la cultura del ocio (lnglehart 1977, 1982, 1991; Racionero, 1983, 1989).
Estas impresiones no son nuevas: ha recorrido el siglo entero el tópico según el cual el mismísimo F. I. Taylor habría lamentado la indolencia natural de los obreros norteamericanos (!), poco antes de que Sigmund Freud (1927, 1930) hiciera lo propio al referirse a la natural aversión y falto de amor de sus contemporáneos europeos con respecto al trabajo. En tiempos más recientes, Kelvin (1984; Kelvin & Jarrett, 1985) pone en cuestión el presunto arraigo de la ética puritana del trabajo entre los obreros británicos, basándose en dos argumentos principales, de carácter empírico: el tradicional escaso arraigo de los ideales religiosos entre los mismos y su manifiesta propensión crónica al escaqueo dentro del espacio-tiempo laboral (según esa crónica: llegando tarde al trabajo, tratando de escapar de él cuanto antes, manteniéndose alejados del mismo todo lo posible, dilatando los tiempos de desayuno, almuerzo y desplazamientos por razones de trabajo...). Para este autor, el fundamento de la ética laboral no es el trabajo en si mismo, sino la riqueza; por lo que aquel presunto noble imperativo moral se reduciría al mero dietado de la necesidad material de subsistencia.
Algunos datos parecen señalar, más que una crisis ética (en forma de desmotivación laboral general o de desimplicación con el empleo...), un significativo desplazamiento progresivo desde la sensibilidad por los aspectos económicos, instrumentales, cuantitativos, salariales (concordantes con los valores materialistas, según Inglehart) hacia un énfasis en los componentes de carácter cultural, final, cualitativo y expresivo (postmaterialistas) (Yankelowitz, 1979; Stoetzel, 1983; Blanch, 1986; Mow, 1987; Casal, Masjuán & Planas, 1989; Torregrosa, 1989; Ruíz Quintanilla, 1989; Drizo, 1991).
En contraste, resultan también detectables fenómenos y tendencias de signo contrario: Machlowitz (1981) identifica un nuevo síndrome, característico de los estadios
avanzados de la civilización industrial: el workaholics, especie de adicción al trabajo, con su correspondiente síndrome de abstinencia vacacional, notablemente extendido en los más diversos sectores profesionales y ejecutivos. En esta línea, Schaeff & Fassel (1988) describen las addictive corporations como entornos facilitadores del desarrollo de ese trabajoholismo y de la extensión de la epidemia psicológica de personalidades tipo A.
El panorama descrito da una idea de la complejidad de procesos socioculturales como el que aquí se analiza.
La vertebración social por el empleo
Instaurado en su trono cultural, el trabajo constituye un factor estructural del sistema industrial y estructurante del sentido común, así como de la misma vida cotidiana de las sociedades contemporáneas.
La reflexión teórica y la investigación empírica aportan evidencia al respecto, especialmente en lo que concierne al núcleo semántico del trabajar y a las funciones psicosociales del estar trabajando.
SIGNIFICADO DE LA EXPERIENCIA DE TRABAJAR
Cada grupo social construye y reproduce las significaciones de las experiencias que establece como relevantes. Es por ello que la acción de trabajar entraña connotaciones que se extienden a lo largo de los más diversos continuos bipolares (maldición-bendición, esclavitud-emancipación, alienación-realización) y que la hacen susceptible de ser vivida como castigo, vocación, derecho, deber, valor de cambio o de uso, instrumental o final.
Por su parte, los individuos, socializados en sus respectivas matrices culturales, confieren significación concreta a su experiencia laboral, atendiendo, por un lado, a los valores y normas socialmente prescritos y relativamente anclados en su
personalidad y, por otro, en factores situacionales. tanto del macrocontexto socíoeconómico, jurídicopolítico y organizacional como del microentorno inmediato y específico.
Entre
éstos,
figuran
el
estatus
laboral
(empleo,
subempleo,
lumpemempleo, desempleo...) y —en situación de empleo— las características del puesto, su categoría y la adecuación de su rango al de la propia cualificación profesional, el contenido de la tarea, las condiciones contractuales y salariales, las oportunidades de promoción, etc.
El significado personalmente conferido al trabajo incide en la motivación y en el comportamiento laborales (Steers & Porten, 1975), en las estrategias de autopresentación (Stoetzel, 1983) y en el impacto psicopatológico de la experiencia de desempleo (Blanch, 1989).
Considerando el trabajo en régimen de empleo, Morse & Weiss (1955) observan que una ocupación característica de los estratos socioprofesionales medios y superiores suele significar algo interesante que hacer, que proponerse y que demostrar, asociado a ejercicio de responsabilidad, desafío personal y logro social. En el caso de los niveles inferiores, comparsa habitualmente una tarea a ejecutar de modo preciso y prescriptivo, como único medio de ganarse la vida.
Según Salmaso & Pombeni (1986), el núcleo de la representación social del trabajo que aflora al sentido común característico de las sociedades industriales remite a una actividad que exige esfuerzo físico y mental, ocupa mucho tiempo, permite ganarse la vida y proporciona satisfacción, oportunidades de autoexpresión y sentimientos de logro y de utilidad social.
El equipo MOW (1987), realiza una importante investigación transcultural, de diseño transversal, sobre lo que significa trabajar en régimen de empleo remunerado, focalizando especialmente ¡os siguientes aspectos: La centralidad del trabajo, como indicador general de la importancia personalmente asignada a la actividad laboral en tanto que rol vital. El constructo work centrality incluye la identificación con el trabajo, la implicación con el empleo y la adopción de la actividad laboral como modo de autoexpresión personal.
Las normas sociales sobre el trabajar, relativas a los derechos (recompensas que una persona considera merecer en tanto que trabajadora) y a los deberes (compromisos a los que se considera vinculada por el hecho de estar trabajando) percibidos como asociados al ejercicio del rol laboral. Los resultados esperados y las metas preferidos del trabajar. Se trata de los incentivos laborales, entre los que caben desde la remuneración económica hasta la autoexpresión, pasando por las oportunidades de interacción social.
Del informe final del estudio destaca, en primer lugar, una doble constatación: la de una alta centralidad del trabajo en todas la categorías de sexo, edad y país, en el mareo de una notable variabilidad interindividual, internacional e intercategorías profesionales.
Asimismo, deja constancia de la alta importancia dada globalmente a los derechos laborales y de relativos indicios de un posible suave declive de la importancia concedida a los deberes (el carácter transversal de la investigación no permite profundizar en este aspecto).
Lo que aparece como más deseable de un trabajo es, por orden de importancia, el interés de la tarea, la buena paga, la capacidad de autonomía, el ambiente laboral, la seguridad e higiene, la adecuación del puesto a las propias competencias, las oportunidades de aprender, la variedad, el horario, el entorno físico y las oportunidades de promoción. A ese respecto, la investigación confirma la hipótesis de que, en los altos niveles de cualificación profesional y de categoría del puesto, predominan las funciones expresivas del trabajar; mientras que, en el extremo contrario, destacan las instrumentales.
Posteriormente, el equipo WOSY (1989; Peiró et al, 1993)) pone en marcha un estudio longitudinal, también a escala internacional, sobre algunas tendencias de cambio en el significado del trabajar que se producen a lo largo del complejo proceso de la socialización en el mundo de ¡a empresa (de formación de la personalidad laboral), focalizando las primeras fases de4 mismo, las de la transición juvenil hacia la inserción en el ámbito de una organización laboral.
FUNCIONES DE LA ACTIVIDAD LABORAL
Además de las estrictamente económicas, el trabajo tiene otras connotaciones, que dependen del entorno sociocultural. Santo Tomás de Aquino (1272), por ejemplo, resume, en la Quaestio CLXXXVII de la Secunda Secundae parte de su Summa Theologica, lo que espera de él la Cristiandad neomedieval: (a) la obtención del sustento, (b) la prevención del ocio, del cual proceden muchos males, (c) el refreno de la concupiscencia y (d) la práctica de la limosna.
Poco tiempo más tarde, en el Nuevo Mundo (que aún no había sido descubierto por el Viejo), una tradición azteca del siglo XV incluye una recomendación moral que apunta a ciertas implicaciones psicosociales del trabajo en ese entorno: Haz algo: corta leño, labra la tierra (..) tendrás qué beber, qué comer, qué vestir. Con esto estarás en pie (serás verdadero), con eso andarás. Con eso se hablará de ti, se te alabará. Con eso te darás a conocer a tus padres y parientes (recogida en la UNESCO 1968, 298).
Ya en el presente siglo, Sigmund Freud, al llegar, en 1938, a su exilio londinense, ante la pregunta de un periodista sobre los indicadores psicológicos de la salud mental, responde sin vacilar: amar y trabajar. Unos años antes, en su diagnóstico de el malestar en la cultura (1930), presenta el trabajo como un medio privilegiado de ajuste de las tendencias naturales a los imperativos morales de la cultura vigente, de orientación de los impulsos agresivos hacia metas socialmente tolerables y de vinculación del individuo a la comunidad que le ampara y, al tiempo, constriñe.
Por su parte, la Oficina Internacianal del Trabajo, en el Prefacio al informe de una Reunión de Expertos (OIT, 1961) establece que una oportunidad de trabajo productivo no es meramente un medio para conseguir ingresos 1...) es un medio de autoestimación, para el desarrollo de las potencialidades del ser humano y para alcanzar un sentimiento de participación en los objetivos de la sociedad.
Anticipándose a estas ideas, Lord Beveridge (1945) fundamenta la lógica del Welfare State sobre la premisa del pleno empleo en tanto que garantía de una sociedad libre, justa e igualitaria. Medio siglo más tarde, el Preámbulo del Libro Blanco sobre Cre-
cimiento, Competitividad y Empleo (CCE, 1994) presenta el trabajo como factor de integración social. En la misma línea, en su segundo informe al Club de Roma, Schaff (1985) señala el desempleo estructural como una situación social de vacío existencial determinada por el déficit de los medios que proporcionan el sentido de lo vida.
En suma, en los más diversos tiempos y lugares, el trabajo realiza una función básicamente económica y también algunas más. Aquélla es percibida por el sentido común como un imperativo del principio de realidad de la existencia humana. Estas cobran su sentido específico en su particular entorno sociocultural.
La arcaica dicotomía aristotélica banausía/filosofía (trabajo forzado por la necesidad/actividad virtuosa en libertad) anticipa esta moderna distinción entre ¡a función económica y la psicosociocultural del empleo. En esa línea, Freud (1930) detecta un significativo contraste entre el escaso placer asociado a los trabajos manuales (relativamente accesibles y, en buena parte, obligatorios para la mayoría de las personas) y la, según él, más positiva función psicológica de actividades como el arte o la investigación, vinculadas a la creatividad en la producción de belleza o dc verdad y que parecen solo al alcance dc minorías selectas.
Morse & Weiss (1955) apuntan en la misma dirección al referirse a los significados instrumental y final del trabajo; al igual que Tausky & Piedmond (1967) cuando hablan de las funciones instrumental y expresiva del mismo. También aquí se considera que el primero de los significados y funciones abunda en los estratos sociolaborales inferiores, correspondiendo el segundo a los superiores. Esa tradición cobra un panicular empuje de la mano de Marie Jabada (1982), una de las figuras clásicas de la investigación psicosocial sobre el desempleo, cuando tratade explicar la nostalgia del empleo en personas desempleadas, incluso en los casas en que tienen garantizados por otras vías los medios del sustento material. Para ello, se apoya en la sociología funcionalista de Menan (quien, a su vez, se inspira en la concepción freudiana de los síntomas). Según ella, la disfuncionalidad psicosocial del desempleo cobra significado y sentido a la luz precisamente de las funciones psicosociales del empleo en el sistema industrial: esa institución social desempeña una función manifiesta de carácter instrumental, en tanto que medio de ganarse la
vida, al tiempo que cumple otra serie defunciones latentes que posibilitan-la adaptación de las personas empleadas al principia de realidad de la sociedad industrial (estructuración del tiempo cotidiano, regulación de os sociales, imposición de metas transindividuales, contextos para la socialización secundaria y asignación de roles, estatus e identidad). Según la autora, es precisamente la deprivación de las categorías de experiencia asociadas a esas funciones latentes lo que determina la cascada de consecuencias disfuncionales características de la experiencia psicosocial del desempleo.
El modelo de Jahoda ha estimulado no sólo el debate, sinó también la investigación empírica y la reflexión teórica sobre las funciones no estrictamente económicas del empleo, una tarea a la que la misma autora contribuye desde su primer estudio (Jahoda, Lazarsfeld & Zeisel, 1933) y que encuentra eco en las más diversas aportaciones (cf p. ej: Stoetzel, 1983; Fagin & Little, 1984; Kelvin & Jarrett, 1985; O’Brien, 1986; Hall, 1986, 1993; Harding et al, 1987; Warr, 1987; Blanch, 1990; England, 1991; Alvaro, 1992; Peiró et al, 1993; CCE D65, 1993; CCE DG5, 1994; CCE, 1994).
A la luz de estas aportaciones, las funciones del empleo pueden esquematizarse tal como aparece en la Tabla 4.1.
En el marco del sistema industrial, el empleo puede conllevar también consecuencias negativas. De acuerdo con la visión marxista, por ejemplo, resulta alienante cuando se desempeña en el marco de unas relaciones sociales de producción caracterizadas por la explotación de una clase por otra (Marx & Engels. 1848). Y, en términos generales, resulta siempre una fuente potencial de stress (cf MTSS, 1982; Peiró, 1992; Newton, Handy & Fineman, 1995), en la medida en que las características de la tarea o las condiciones físicas, contractuales o sociales en que se realiza resultan inadecuadas para las de la persona que la ejecuta.
Inspirándose en la función de las vitaminas sobre la salud física de un organismo; Warr (1987) aporta un modelo explicativo de la relación no lineal entre la situación sociolaboral y el bienestar psicológico. Su modelo ecológico (o vitamínico) establece nueve categorías vitamínicas de las que es función la calidad de vida personal: las que aparecen esquematizadas en la Tabla 4.2.
Tabla 4.2. Modelo ecológico.
Tipo
Categoría vitamínica Dinero
CE
Seguridad física Posición socialmente valorada
Oportunidades de control del entorno Ocasiones para el desarrollo de habilidades AD
Finalidades generadas por el medio externo Variedad de alternativas Claridad ambiental Contextos para las relaciones interpersonales
Un déficit de vitaminas siempre repercute negativamente sobre el organismo. Un nivel óptimo de dosis vitamínicas tiene la correspondiente incidencia positiva sobre la salud. En situaciones de exceso vitamínico, pueden darse dos tipos de efectos: a) Cuando se trata de las variedades tipo C E, el propio organismo se encarga de
evacuar la parte sobrante, de modo que su estado general permanece inalterado, y b) La superación del punto de saturación en los tipos A D produce efectos tóxicos, al no disponer el organismo de la capacidad de eliminación del excedente.
Según Warr, ciertos trastornos psicológicos característicos de situaciones de desempleo, subempleo, jubilación o simple inactividad laboral resultan explicables en términos de déficit vitamínico general. En contraposición, buena parte de las situaciones de estrés laboral son diagnosticables como de hipervitaminosis en cuanto a categorías tipo A D.
EL HORIZONTE POSTINDUSTRIAL
Nuestras comunes imágenes del trabajo están anticuadas. Nos retrotraen a Adam Smith y Karl Marx, a la división del trabajo y a la alienación. Más recientemente, nos llevan de nuevo a C. W. MilIs y a la naturaleza de la oficina. El hecho es que aún tendemos a pensar en el trabajo principalmente en términos de Los Tiempos Modernos de Ch. Chaplin o en el A nous la liberté, de R.Clair. Todas esas imágenes y críticas fueron, en un tiempo, exactas. Pero se aplican al industrialismo tradicional y no al nuevo sistema que se está desarrollando hoy con rapidez. (A. Toffler 1983, 45).
INTRODUCCION
La actual época aparece como un periodo de cambios trascendentales y cruciales en lo que concierne a la vida económica, social, política y cultural, en consonancia con ciertas expectativas mitológicas concernientes a las transiciones- intermilenios. En efecto, el paradigma, los modelos explicativos, las categorías analíticas y la terminología invocados convencionalmente a la hora de referirse al trabajar en la modernidad, al empleo, a la inserción profesional, a los fenómenos y procesos sociolaborales en general y a la estructura y funcionamiento del mercado de trabajo en particular son arrastrados por las turbulencias de una transición histórica de largo alcance. Ciertamente, podría decirse lo mismo de otros muchos constructos sociológicos, politológicos y antropológicos modelados en función de la lógica de la modernidad
industrial.
Ello plantea una cuestión global: tales presuntas megatransformaciones socioculturales ¿tienden a configurar un perfil definitivamente post (industrial, capitalista, moderno, materialista...) o bien representan simplemente un episodio más o menos espectacular de la crisis crónica que caracteriza el devenir de toda entidad viviente?
Si se optara por esta segunda alternativa, para la realización de este capítulo, bastaría con una fotocopia-collage de revisiones del estado de la cuestión, adornada de tópicos de última hora y de referencias actualizadas. Con ese mapa (retrospectivo), se alimentaría la ilusión de que el pasado es el germen del futuro, no siendo éste, en definitiva, más que una simple proyección de aquél.
Partiéndose de la sospecha razonable de que lo que está aconteciendo constituye un salto cualitativo, cabe echar mano de las teorías del cambio y de las herramientas metodológicas de la prospectiva para afrontar, desde la modesta plataforma disciplinar, el triple interrogante kantiano: ¿qué se puede saber?, ¿qué cabe esperar?, ¿qué se debe hacer?
Obviándose la dimensión propiamente organizacional, en los apartados siguientes, se argumenta la tesis de que ni las actuales políticas sociolaborales convencionales ni el paradigma que les sirve de soporte subyacente toman suficientemente en cuenta el carácter cualitativo del actual proceso metamórfico del mundo laboral.
De ahí se deduce que los tópicos ideológico-políticos y científico-sociales vigentes: (a) están anclados en la cosmovisión industrialista, (b) padecen obsolescencia progresiva y (c) funcionan como obstáculos epistemológicos y como factores de resistencia al cambio sociocultural. Lo que ello conlleva de cieno, grave y urgente tiene también implicaciones para el desarrollo teórico y práctico de la disciplina.
Siguiendo el consejo de Stompka (1995), se procede provisionalmente a brindar una descripción historiográfica de las megatransformaciones sociolaborales, dej ando a un lado los macroesquemas interpretativos (evolucionismo, ciclismo, materialismo histórico...) para, en primer lugar, rastrear las insuficiencias e inadecuaciones de las
conceptualizaciones y líneas de actuación política vigentes a la hora de prever y encauzar las actuales tendencias de crisis (Offe, 1988) y, posteriormente, estimular la reflexión y el debate sobre lo que se puede y debe pensar y hacer desde la perspectiva interdisciplinar.
Metamorfosis y megatendencias en el mundo del trabajo
Del actual proceso dc transformaciones sociolaborales resultan destacables dos aspectos cruciales: el cambio de escala geopolítica y el cambio de era tecnológica. El efecto combinado de ambos procesos conlleva un cambio de gestalt, lo cual, a su vez, impone una redefinición del marco de referencia que la hace comprensible.
EL ESCENARIO GLOBAL
El llamado New Global Order surge de la confluencia de múltiples factores, entre los que sobresalen la mundialización de la economía y del mercado (esto es, de los bienes y servicios, del capital financiero e industrial, de las mercancías y de la mano de
obra),
la
multinacionalización
y
desnacionalización
empresarial,
la
macrorregionalización político-istrativa (con la consiguiente minimización del Estado tradicional: demasiado grande para afrontar los problemas locales; demasiado pequeño para resolver los globales), el ocaso de los viejos bloques políticomilitares y la transformación del mundo en una aldea global por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.
Se caracteriza por la institución de grandes mercados, que tienden a constituir, a su vez, grandes espacios económicos, demográficos, sociales y políticos. Hacia ello apuntan, efectivamente, el Tratado de la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio en América del Norte, los actuales procesos en marcha de integración regional del Sudeste Asiático y de América del Sur y la transformación del GATT en una organización multilateral de comercio, que trata de promover y garantizar un desarrollo sostenible y armónico de los intercambios comerciales a escala mundial.
Tales espacios mercantiles son cada vez más abiertos, permeables e interdependientes, debido a las oportunidades que brinda —y, al tiempo, a los imperativos que impone— la libertad de los movimientos de capital (de la mano de las nuevas tecnologías de la comunicaciuón y de la información) a los operadores económicos y financieros.
Teniendo en cuenta, además, la vertiginosa inserción de los países en vías de desarrollo y de los excomunistas en la esfera de los intercambios mundiales, el Libro Blanco Delors no duda en considerar que se está produciendo una nueva ruptura a ese respecto, un salto cualitativo equiparable al de la fundación del sistema multilateral de intercambios comerciales, fruto de los acuerdos de Breton Woods, finalizada la Segunda Guerra Mundial (CCE 1994, 12).
EL ORDEN TECNOPRODUCTIVO
Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) están transformando profundamente numerosos aspectos de la vida económica y social como los métodos y las relaciones de trabajo, la organización de las empresas. los objetivos de la educación y la formación y el modo en que las personas se comunican entre sí. Asimismo, están produciendo importantes incrementos en la productividad industrial y en la calidad y rendimiento dle los servicios. En definitiva, asistirnos al nacimiento de una nueva sociedad de la información, donde la gestión, la calidad y la velocidad de la información se convierten en factor clave de la competitividad: corno insumo para el conjunto de la industria y como servicio prestado a los consumidores finales, las tecnologías de la información y la comunicación condicionan la economía en todas sus etapas (CCE 1994, 114).
Freeman, Clark & Soete (1982) hablan de un nuevo paradigma tecnológico para significar lo que el Libro Llanca denomina nueva revolución industrial, que remite, en último término, a los cambios socioeconómicos impulsados por la innovación tecnológica, que abren el paso a lo que ya se ha convertido en un tópico: la sociedad postindustrial (Touraine, 1969; Bell, 1973; Nelson, 1995), que ha recibido las etiquetas más variopintas, como las de tecnotrónica (Brzezinski, 1975), compunizada (Bell, 1980), informatizada (Nora & Mmc, 1980), cibersociedad (iones, 1994), etc.
Esta nueva imagen de la sociedad se caracteriza básicamente por un doble proceso: (a) la tercialización (que significa no sólo un desarrollo del sector servicios en detrimento de los demás, sino también la tercialización del segundo y del primero) y (b) la desmaterialización de la economía, reflejada en el tránsito de la chimenea al chip, del poder de la manufactura al de la información y en el hecho de que el coste total del producto económico del sector industrial depende cada vez menos de la materia prima y de la mano de obra (factores clave de los tiempos modernos) y cada vez más de un complejo de factores entre los que sobresalen los relativos a 1+0, diseño e imagen, marketing, publicidad, financiación, etc.
Este macroproceso ha sido presentado en un reciente informe al Club de Roma en términos de la Primera Revolución Mundial, puesto que nos encontramos en las primeras fases de la formación de un nuevo tipo de sociedad mundial, que será tan diferente de la actual como lo era la del mundo anunciado por la Revolución Industrial con respecto a la sociedad del largo período agrario que la precedió (King & Schneider, 1991, 17).
EL SISTEMA SOCIOLABORAL
Según King & Schneider, al final de lo que denominan La Gran Transición, habrá ocurrido que el empleo, el estilo de vida y las perspectivas tanto materiales como de otro tipo serán para todos los habitantes muy diferentes de lo que son hoy (1991, 17).
Unos años antes, en otro informe al Club de Roma, A. Schaff advierte que la revolución provocada por la microelectrónica alterará el papel que el trabajo representa en la vida humana, disminuyendo su necesidad en algunos casos y. en otros, eliminándola por completo (1882, 275).
Los cambios de escala (globalización) y de era (postindustrialización) no constituyen dos fenómenos .independientes ni separables, sino interdependientes, integrados en un único proceso de transformación del espacio-tiempo laboral: en la medida en que sea aplicable ——por analogía— la Teoría de la Relatividad a la comprensión del
proceso puede establecerse que la aceleración temporal induce un progreso proporcional en la productividad que conlleva, a su vez, una reducción del espacio empleo (cantidad de puestos de trabajo necesarios). Esta sospecha late en todos los debates sobre la relación tecnología-productividad-empleo (CCE, 1994; Andreasen, 1995; OCDE, 1996).
Globalización e innovación tecnológica no determinan por si mismas un proceso homogéneo ni lineal de desarrollo sociolaboral a escala planetaria, puesto que se parte de situaciones diversas, sino que tienden a incidir de modo asimétrico y desigual, según la ubicación geopolítica y el grado de desarrollo tecnológico de cada entorno concreto.
Las previsiones referentes al impacto del proceso en los países superindustrializados del Centro y del Norte reflejan toda la gama de estados de ánimo con respecto al futuro: cierto realismo trágico neotecnocrático prevé un aumento del tiempo libre disponible por las personas empleadas, dificultades técnico-políticas adicionales para la financiación de los distintos dispositivos de protección social implantados por el Welfare State (bajas tasas de actividad y de empleo, alta tasa de desempleo, un pensionista por cada dos empleados...) y una consolidación de la llamada sociedad de los tres tercios: los superempleados, los sub y lumpemempleados y los excluidos del mercado laboral y de la normalidad social. Los primeros encarnan los herederos y beneficiarios del progreso; los segundos sintomatizan la McDonalización (Ritzer, 1995) del mercado laboral en el capitalismo postindustrial (Nelson, 1995); los terceros, están condenados a (des)esperar (de) una era de progreso posterior. El Libro Blanco de la CCE (1994) presenta una expectativa optimista, impregnada de voluntarismo socialdemócrata: en países como los de la Unión Europea, puede pensarse incluso en la creación depuestos de trabajo, siempre que la apertura comercial al mundo y la implantación de nuevas tecnologías vayan acompañadas de innovación organizacional (cf. Andreasen, 1995).
En el Sur y la Periferia, el proceso puede repercutir en forma de crecimiento económico, desarrollo relativo, dependencia tecnológica y dualización social. A ese respecto, sin embargo, el mencionado Libro Blanco establece la condición básica para
el
cumplimiento
de
una
hipótesis
relativamente
optimista:
sólo
la
interdependencia controlada puede garantizar un juego de suma positiva para todos (CCE 1994, 12). Ese resultado globalmente positivo puede traducirse en un mayor quantum de bienes y servicios a repartir entre los seres humanos, según los criterios dictados por las normas de solidaridad vigentes.
Este proceso metamórfico (Gorz, 1988) del mundo del trabajo da pie a otras lecturas. Así, Aznar (1990) proclama el fin del pleno empleo estable, para referirse a lo que Jenkins & Sherman (1979) describen en términos de colapso del trabajo y Habermas (1984) de fin de la utopía del trabajo. Por su parte, Barel profundiza en lo que denomina aporía de la civilización del trabajo. Según él, todo nuestro orden social, cultural y moral está construido sobre la noción de trabajo, en una coyuntura en que el no trabajo desempeña ya un papel importante y, al parecer, destinado a crecer en el futuro (1984, 21).
LA LOGICA ECONOMICA
El cambio de gestalt en forma de destrabajización en los planos económico, social y cultural impone una reconceptualización del significado, las funciones, el valor y el sentido del trabajo-empleo, en un mundo donde se disuelven algunos de los supuestos fundamentales de la cultura industrial, sobre los que construyeron sus meritorios planteamientos Keynes (1936) y Beveridge (1945). Valga a titulo de ejemplo, la siguiente cascada de realidades que se van convirtiendo en anacronismos (cf Blanch 1993, 1996):
— el crecimiento económico (ya no) depende del factor mano de obra disponible (tiempo y fuerza de trabajo humanos),
— el crecimiento económico (ya no) es condición suficiente para la creación de puestos de trabajo (ruptura de la ecuación crecimiento económico-pleno empleo-integración social-desarrollo del Estado del Bienestar),
— el crecimiento económico (ya no) produce automáticamente desarrollo social (en el sentido tradicional del reparto de los puestos de trabajo y de los benefi-
cios de la actividad productiva); puesto que el aumento de la competitividad y los
beneficios
empresariales
depende,
en
numerosos
casos,
más
decisivamente del factor tecnológico que de los recursos humanos; lo que da lugar a la paradoja de que un aumento de la productividad suele conllevar una elevación de la tasa de paro,
— el crecimiento económico (ya no) representa necesariamente una barrera para la destrucción de empleo (ni para el aumento de la marginalidad económica, social, política y cultural),
— la fuerza humana de trabajo (ya no) determina decisivamente el valor de los bienes y servicios económicos,
— la fuerza humana de trabajo (ya no) es la principal mercancía (valor de cambio),
— la fuerza humana de trabajo (ya no) es el medio fundamental de autorrealización/alienación personal,
— la fuerza humana de trabajo en paro o ejército industrial de reserva (ya no) es un referente de primer orden para la dinámica del mercado laboral.
Todo lo cual no obsta el que, ante la nueva era vislumbrada, el capitalismo postindustrial mantenga la plena vigencia de una de las características principales de su fase proto-industrial: no parece tener alma, ni patria ni tampoco vocación de generar empleo o de evitar el desempleo gratuitamente. En otros términos, al tiempo que mantiene invariable la compulsión por el lucro, simplemente metamorfosea las circunstancias y los mecanismos históricos de obtención del mismo: de la sobreexplotación protoindustrial de la fuerza de trabajo al relativo desmantelamiento post-industrial de la estructura del empleo, de la mano de la innovación tecnológica y de la apertura mundial de los paraísos fiscales, financieros y laborales.
Un panorama en busca de paradigma
ESTADO DE LA CUESTION
Mientras el trabajo va cambiando, a lo largo de la historia, de escenarios, protagonistas, tecnología, significado y funcionalidad sociocultural, el sentido común contemporáneo y la opinión pública se resisten a asumir la realidad y las implicaciones del agotamiento progresivo del modelo socioeconómico moderno industrial, pareciendo estar más pendientes de la evolución de epifenómenos más o menos coyunturales (como las tasas de actividad, empleo y desempleo) que de las transformaciones estructurales del mercado laboral.
Estando así las cosas, la crisis del empleo moviliza las fuerzas sociales y políticas bajo la bandera constitucional del derecho al trabajo, del deber de trabajar y de la política orientada al pleno empleo (Constitución Española, arts. 35,41). Exponentes de esa actitud son el eslogan de la huelga general convocada por los sindicatos españoles en el año 1993 —sin trabajo (empleo) no hay futuro— y el de la manifestación sindical unitaria del 1 de Mayo de 1996 —por un empleo estable.
Esas consignas expresan, por un lado, la percepción de un desajuste entre los medios socioestructurales existentes en forma de puestos de trabajo disponibles y el fin culturalmente prescrito de la integración social por la vía de la inserción laboral. Y también manifiestan la legítima aspiración a conservar y defender las conquistas políticas, sociales y sindicales del pasado, al tiempo que cierta resistencia al reconocimiento de que el mundo sociolaboral se vuelve cada vez más estrecho e inestable, por la innovación tecnológica (que abre, sin embargo, el camino a nuevas formas de empleo, como el teletrabajo) y organizacional, con la irrupción de compañías fractales (Warneck, 93), empresas ágiles y organizaciones virtuales (Harvey & Gavigan, 1996).
La perspectiva del fin del pleno empleo estable conlleva factores de ruptura tendencial con respecto a las representaciones convencionales de la naturaleza del empleo, la estabilidad laboral, la especialización profesional, el desarrollo de la carrera.. indudables implicaciones en lo que concierne a los tradicionales proyectos
individuales y familiares, a las costumbres residenciales y a la vida cotidiana en general.
Mientras el sentido común permanezca atrapado en las redes categoriales de la cosmovisión industrialista, seguirá experimentando perplejidad y desconcierto ante la paradoja de que la disminución general del valor económico de la fuerza de trabajo y el aumento del paro (efectos percibidos en general como negativos) derivan precisamente de la mejora de productividad del sistema y del crecimiento de la población activa (efectos construidos socialmente como beneficiosos) y acontece en el contexto de otra doble línea evolutiva de signo también generalmente considerado como positivo: la incorporación de las nuevas tecnologías al proceso productivo (que trabajen las máquinas!) y la ampliación del colectivo de personas beneficiarias del régimen de protección social del desempleo (expresión de progreso de la justicia y la solidaridad sociales).
Esta dinámica ideológica de apego a valores característicos de la cultura industrial acontece en el marco de una especie de revolución silenciosa (lnglehart, 1977, 1982, 1991) en el ámbito de las necesidades, los valores y las formas de vida, que apunta en una dirección postmaterialista y que parece destinada a ejercer una profunda influencia sobre la evolución del significado del trabajo, del empleo y del desempleo en la vida de las personas (Echanges et Projets, 1980; Friedrichs & Schaff, 1982; Schaff, 1985; Offe, 1984, 1988; Frankel, 1987; MOW, 1987; Gorz, 1988, 1991; Aznar, 1990, 1993, 1994; Glotz, 1992; Perret & Roostang, 1993; Peiró et al, 1993; CCE, 1994).
POSTURAS ANTE LA CRISIS:
A) El consenso universal. Los más diversos organismos internacionales, desde la ONU a la OIT, pasando por la OCDE, señalan —explícita o implícitamente— el desempleo estructural y masivo como la madre de todos los problemas socioeconómicas y el plenoempleísmo como la única utopía social imaginable, racional y deseable. Lo mismo acontece en el seno de los países más industrializados como los USA, Japón o la Unión Europea (UE). Dentro de cada uno
de ellos, coinciden —al menos retóricamente— en apuntar hacia las misma meta las istraciones públicas, los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones empresariales y toda suerte de entidades representativas de la sociedad civil.
El poderoso G-7, después de la caída del muro de separación interbloques, no ha tenido reparo en reconocer la trascendencia del paro masivo y estructural en tanto que principal agujero negro social del sistema neo/postindustrial, así como la dificultad de afrontar con eficacia el reto de resolver esa compleja problemática.
B) El punto de vista de la Unión Europea. Las líneas maestras de su ideología política sociolaboral aparecen esbozadas en el Tratado de la Unión, en cuyo articulo 2, la propia Unión se autoasigna la misión de promover un alto nivel de empleo y de protección social. Para el logro de esta meta, los estados establecen una estrategia concertada por el empleo que cristaliza en el Libro Blanco de la Comisión (CCE, 1994), donde se aborda, desde la perspectiva político-macroeconómica los problemas interrelacionados del crecimiento, de la competitividad y del empleo.
La articulación de la política por el empleo con la política social se diseña en el Libro Verde de Política Social Europea (CCE DGS, 1993), se desarrolla en el Libro Blanco subsiguiente (CCE DG5, 1994) y se implementa mediante diversas iniciativas comunitarias de fomento del empleo para el periodo 1995-99, entre las que destacan las siguientes: EMPLOY, orientada al fomento de la inserción sociolaboral de categorías sociales con especiales problemas al respecto, como las mujeres (NO W), los jóvenes (Youthstart) y los colectivos en situación de exclusión social (Horizon); ADAPT, encaminada a la consolidación del empleo existente en ámbitos inmersos en procesos de reconversión; y PYME, destinado a facilitar la supervivencia y consolidación de las pequeñas y medianas empresas de producción y de servicios, además de programas como Sócrates (política educativa) y Leonardo (formación profesional).
Por su especial relevancia, significación y representatividad de las políticas sociolaborales de la actualidad, la de la UE merece una consideración más detenida.
El problema socioeconómico del empleo/desempleo. A los ojos de la Comisión
de las Comunidades Europeas (CCE), el efecto combinado de las bajas tasas de actividad y de empleo con el de la alta tasa de desempleo determina una espiral viciosa de efectos indeseables: una restricción de los potenciales de crecimiento y de competitividad económicos que repercute, a su vez, negativamente sobre la estructura del empleo, sobre la capacidad financiera del sistema del bienestar y sobre la integración y la cohesión sociales.
Finalidades políticas y objetivos pro gramáticos. El Libro Blanco (CCE, 1994) propone sentar las bases de un desarrollo sostenible de las economías europeas y maximizar su previsible impacto positivo sobre el mercado laboral, convirtiendo el crecimiento en empleo, en un marco de competitividad global.
La traducción de esas metas ideales en objetivos programáticos operacionalizados y consensuados constituye un desafío complejo; puesto que se trata, en definitiva, no sólo de invertir la tendencia creciente de la tasa de desempleo, creándose empleo neto, sino, además, de compatibilizar este proceso: a) con un crecimiento económico sostenido (estable) y sostenible (habiéndose incorporado los costes ambientales en los precios del mercado); b) con un incremento de la competitividad en un escenario global (lo cual conlleva no sólo no renunciar, sino apostar decididamente por la innovación tecnológica); c) con la solidaridad, la integración y la cohesión sociales en el seno de la Unión (entre personas empleadas y desempleadas, entre hombres y mujeres, entre las regiones más ricas y las más pobres...); d) con el mantenimiento y desarrollo del Estado del Bienestar y la consiguiente promoción de la calidad de vida; y e) con la protección del medio ambiente.
RECURSOS ESTRATÉGICOS
Nuestros sistemas de empleo han envejecido. Nos referimos al complejo que constituyen actualmente el mercado, la legislación laboral, la política de empleo, las posibilidades de flexibilidad interna y externa en la empresa, las oportunidades que ofrece o deja de ofrecer el aparato educativo y deformación, la protección social...
(CCE 1994, 11)
La Comisión enfatiza una doble línea de acción prioritaria: la política macroeconómica y la sociolaboral. En lo que concierne a la primera vertiente, parte del presupuesto de que el crecimiento económico sostenido impone, entre otras condiciones, la reducción del déficit público, de la inflación y de los tipos de interés, la estabilidad monetaria, la investigación y el desarrollo tecnológicos, la creación y consolidación de redes de infraestructuras —especialmente autopistas de la información y de la comunicación—, la reorganización de las PIMES, etc.
Por otro lado, de cara a consolidar y ampliar el empleo existente, propone políticas activas orientadas: a) a la formación del capital humano (que debe llegar no sólo a saber, sino también a saber aprender y a saber hacer), más que al recuento estadísticoburocrático —con aparcamiento social y subvención económica— del personal desempleado; h) a la reforma del ordenamiento jurídico sobre el empleo en función del nuevo entorno de competitividad global y también de los imperativos de la igualdad de oportunidades; c) a la reorganización del trabajo (que permita un reparto racional y racionador del tiempo, del empleo y de la renta); e) a flexibilización de la organización y la reglamentación del mercado laboral; e) a la facilitación del al empleo de determinadas categorías sociales con dificultades especiales al respecto (mujeres. jóvenes, pobres...); f) a la incentivación de la oferta y de la demanda de empleo (vinculándose la subvención por desempleo al reciclaje profesional o a la formación para el empleo, reforzándose el papel intermediador de las agencias de empleo, estimulándose el diálogo y la concertación sociales en torno a iniciativas creativas sobre generación o conservación de puestos de trabajo...); y g) a la exploración y explotación de nuevos yacimientos de empleo: de proximidad (atención a personas o grupos en situación de especial necesidad), de protección medioambiental y de promoción de la calidad de vida, del ocio, de la cultura y del sector audio visual.
EXPECTATIVAS IDEOLOGICAS
En términos generales, el debate ideológico europeo sobre el futuro del empleo se organiza en función de diversos escenarios futuribles, entre los que sobresalen los siguientes:
Optimismo tecnoeconomicista. Creación de empleo suficiente, en un mareo de crecimiento sostenido y de competitividad global. El resultado previsible no puede ser otro que la integración social estable. Las variantes socialdemócrata y liberal del modelo convergen en atribuir primacía a la gestión eficaz y eficiente del sistema y divergen a la hora de priorizar los protagonismos respectivos del Estado y del Mercado.
Voluntarismo humanista. Creación de empleo insuficiente, en un marco de crecimiento económico sostenido y sostenible. El pleno empleo sólo aparece viable a partir de la redistribución social del empleo existente, compensada por un incremento proporcional de la productividad, base de la competitividad a escala global. Integración social percibida como relativamente inestable. Se trata de una alternativa sólo viable mediante un pacto social por el empleo y una gestión operativa y eficaz de sus acuerdos.
Pesimismo capitalista. Déficit estructural permanente de puestos de trabajo, imputable a las insuficiencias en crecimiento y en competitividad económicos, al impacto de la innovación tecnológica sobre el mercado laboral, a los valores dominantes en el sistema (individualismo, meritocracia...) y a las desigualdades y desequilibrios sociales y económicos a escala local, regional y global. Ese contexto es el caldo de cultivo de la crisis crónica y de la desintegración y dualización sociales.
PREMISAS SUBYACENTES
Los análisis y los discursos, las políticas y los programas convencionales, así como los escenarios descritos, se basan en dos supuestos implícitos entrelazados: a) el desempleo es la caja de Pandora de la que surgen todos los problemas sociales, y h) el empleo es la panacea universal. De acuerdo con esta lógica, la inserción laboral es la vía necesaria para la integración social, el salario el medio normal de a la renta y el pleno empleo el más fiel indicador de una sociedad democrática, igualitaria, cohesionada y avanzada.
La incuestionabilidad del trabajismo como mareo de referencia cultural induce a focalizar todo el debate sobre empleo/desempleo en torno a los recursos técnicoinstrumentales posibles, deseables y viables para el logro del fin indiscutible e indiscutido del sistema industrial: la organización de la vida personal, social y cultural en función de la actividad laboral.
Reducida así la política sociolaboral a una mera discusión sobre los medios de al pleno empleo, resulta comprensible que las diferencias interideológicas con respecto a las estrategias de aproximación a este horizonte utópico y a la distancia percibida del mismo casi aparecen más determinadas por los estados de ánimo característicos del clima social de cada grupo que por los específicos argumentos filosóficos respectivos.
De todos modos, y a pesar de todo, algo se mueve en ese ámbito, si bien en una dirección de aparente continuidad paradigmática: trabajar menos pero trabajar todos (Aznar, 1994). Sin embargo, propuestas como las de creación y reparto de empleo o de ampliación de su campo semántico (mediante la extensión de sus parcelas comunes con el trabajo...) pueden albergar el germen de la discontinuidad a largo plazo. Así, alternativas de la socialdemocracia europea sobre la redistribución social del (tiempo de) trabajo (empleo) —una de las más sugestivas de las cuales es la presentada por M. Rocard (1996) al Parlamento Europeo— aparentan ofrecer más de lo mismo; pero son latentemente rupturistas. en la medida en que indican el camino del salto de la cantidad a la cualidad engelsiano. En efecto, una reducción significativa y progresiva del tiempo de trabajo puede conllevar el efecto cualitativo, a largo plazo, de una sociedad destrabajizada, de una cultura en la que se ha destronado y descentralizado el empleo. A ese respecto, no deja de resultar significativo que Guy Aznar (1994) celebre como una buena noticia la del fin del empleo de jornada completo, para toda la vida y para todo el mundo.
De hecho, el propio Rocard, en la presentación de su propuesta política, hace un manifiesto de signo postindustrialista, postmaterialista y postrabajista: el sueño socialista de sustituir la esclavitud del trabajo humano por el trabajo de la máquina puede cumplirse. Algo que, en la cresta de la ola de la modernización industrial, sólo podían permitirse proclamarlo izquierdistas extemporáneos y hedonistas como Paul
Lafargue (1883) —ese ciudadano cubanoeuropeo, que fue yerno de Marx, patriarca del marxismo español y parlamentario francés—, para quien el fin de la revolución es trabajar lo menos posible y disfrutar intelectual y físicamente lo más posible; por lo que se permite recordar a los trabajadores que, después del mínimo tiempo que habrán de dedicar inevitablemente al trabajo, aún les resta un amplio margen para estar holgando y gozando el resto del día y de la noche. En esta línea se inscribe Racionero (1989), para quien el trabajo no es la situación natural del ser humano, sino una forma cultural efímera.
AGENDA DISCIPLINAR
Hasta ahora, la psicología social del trabajo constituye un reflejo y, al tiempo, un refuerzo de la cultura centrada en el trabajo, que instituye el empleo como el modo fundamental de participación económica, social, política y cultural, así como de realización personal, y estigmatiza el desempleo como una catástrofe individual y social.
De cara al futuro, puede dedicarse, además, a encauzar una parte de su actividad teórica a desmitologizar determinados patrones ideológicos loe, anclados en el sentido común, subyacen a ciertas prácticas sociopolíticas concernientes al ámbito empleo/desempleo. En la vertiente más aplicacional, puede asimismo profundizar en el conocimiento de la compleja tipología de situaciones y experiencias de desempleo y también contribuir decisivamente a la exploración y explotación de recursos culturales complementarios y/o alternativos con respecto al empleo, en tanto que fuentes de categorías eufuncionales de experiencia (Jahoda, 1982) o vitaminas psicosociales (Warr, 1987) y actuar, así, como agente y guía del cambio social y cultural.
En efecto, por un lado, el lenguaje cotidiano, la jerga istrativa y los discursos político y científicosocial se refieren a una extensa gama de fenómenos heterogéneos, de carácter sociohistórico, situacional, dinámico y cambiante, mediante unos significantes (trabajo, empleo...) invariables, que parecen remitir a realidades universales, transituacionales e intemporales. Con ello, se confiere, de paso, el estatuto de
categorías cuasinaturales a algunos constructos ideológicos del capitalismo industrial.
Esta naturalización del trabajismo conlleva una trampa funcionalista: la incapacidad paradigmática de pensar el futuro (postindustrial) independientemente de las coordenadas conceptuales del pasado (industrial), de enfocar la crisis del mercado de trabajo del año 2000 sin el prisma analítico empleado ante la década de los veinte, de comprender el desempleo como algo distinto de la simple falta de empleo.
Liberar la reflexión social del lastre epistemológico y de la inercia ideológica que conlleva el discurso trabajista es una condición básica para la imaginación no sólo de nuevas respuestas a viejas preguntas, sino también de nuevas preguntas ante los desafíos estratégicos que plantea el horizonte postindustrial.
Por otro lado, en esa tarea, el estudio interdisciplinar de tópicos como la calidad de vida o el tiempo libre puede fundamentar el diseño y la implementación de nuevos modelos culturales complementarios o sustitutorios del empleo, en tanto que monopolio industrial de la producción y distribución social de aquellas experiencias y recursos ambientales que, según Jahoda y Warr, contribuyen decisivamente a la calidad de vida.
Ante la crisis del empleo como panacea universal, ese compromiso de asistencia activa a la gestación y alumbramiento de instituciones socioculturales nuevas e innovadoras es uno de los retos decisivos que debe afrontar una Psicología Social Aplicable a la promoción de la calidad de vida humana, en los primeros compases del tercer milenio.
BIBLIOGRAFIA
AIZPURU , M. y RIVERA, A. (1994). Manual de historia social del trabajo. Madrid: Siglo XXI. ALVARO, J. L. (1992). Desempleo y bienestar psicológico. Madrid: Siglo XXI. ANDREASEN. L. A. et al. (eds.) (1995). Europe‘s next step: Organisational
Innovation. Competition and Employment. Londres: Cass & Co. ANTHIONY, P. D. (1977). The ideology of Work. Londres: Tavistock. ARENDT, H. (1958). The human condition. Chicago: University of Chicago Press. ARISTOTELE5. Politica. Madrid: 1. E. Politicos. 1970. __ Etica Nicomaquea. Madrid: Gredas. 1985. AZNAR, G. (1990). Le travail, c’est fini: a plein temps, toute lo vie, pour tout le monde. En e ‘est une bonne nouvelle. Paris: Belfont. — (1993). «20 propositions pour rédistribuer l‘ emploi». Paris: Dossier Géneration Ecologie. Février. — (1994). Trabajar menos pero trabajar todos. Madrid: Hoac BAREL, Y. (1984). La societé du vide. Paris: Seuil. BATTAGLIA, F. (1980). L ‘allergia al lavoro. Roma: Riuniti. BAUDRILLARD J. (1973a). Lo génesis ideológica de las necesidades. Barcelona: Anagrama. 1976. BAXTER, R. (1677). Suma de Teología práctica. Texto citado en Weber, 1905. BELL, D. (1973). El advenimiento de una sociedad postindustrial. Madrid: Alianza. 1976. — (1980). The Winding age. Cambridge, Ma. ABT. BERGER, P. L. (1964). The Human Shape of Work: Londres: MeMillan. — (1989). La revolución capitalista. Barcelona: Península. BEVERIDGE, W. H. (1945). Pleno empleo en una sociedad libre. Madrid: MTSS. 1989. BLANCH, J. M. (1988). «El paro como circunstancia y como representación». En T. lbañez (coord.). Ideologías de la vida cotidiana. Barcelona: Sendai. (147-181). — (1989a). «Valoración del trabajo y patología en el paro» En J. R. Torregrosa; J. Bergere y J. L. Alvaro (eds). Juventud, Trabajo y Desempleo. Madrid: Ministerio Trabajo y S.S. (3 65-392). — (1990). Del viejo al nuevo paro. Un análisis psicológico y social. Barcelona: PPU. — (1993). «La psicología social del trabajo/empleo/desempleo ante el horizonte postindustrial». En L. Munduate, L. y Barón, M. (comps). Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Sevilla: Eudema (28 1-296). — (1996). «Nuevas formas de inserción en un mercado de trabajo cambiante». En J. Romay y J. L. Veira (eds.). Transformaciones laborales y calidad de vida. Coruña: SPUC. (e.p.).
BRZEZINSKI, Z. (1975). La era tecnotrónica. Buenos Aires: Paidós. 1979. CASAL, J.; MASJUAN, J. M. y PLANAS, J. (1989). La inserción profesional y social de los jóvenes. Barcelona: ICE-UAB & CIDE-MEC. CCE (1994). Crecimiento, competitividad y empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXL Libro Blanco. Luxemburgo: Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas. CCE. DG-5. (1993). Política Social Europea. Opciones para la Unión. Libro Verde. Luxemburgo: Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas. — Política Social Europea. Un paso adelante hacia la Unión. Libro Blanco. Luxemburgo; Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas. CCE-F.45T. (1986). Europa, 1995. Madrid: Fundesco. DE AQUINO, T. (1272). Summa Theologica. Secunda Secundae. Madrid: BAC. 1955 (Vol.3). DE KEYSER, V.; QVALE, T.: WILPERT, B. y RUIZ-QUINTANILLA, S. A. (eds.) (1988). The meaning of work and technological options. Chichester: Wiley. DE RUGGIERO, O. (1973). El concepto de trabajo en su génesis histórica. Buenos Aires: La Pléyade. DIAZ, P. y LUCERAS, D. (1996). «La creación de empleo y la mejora de la competencia». El País, 7 de mayo, p. 56. DRANCOURT. M. (1984). La fin du travail. Paris: Hachette. ECHANGES ET PR0JETC. (1980). La révolution du temps choisi. Paris: Albin Michel. ENGELS, F. (1876). «EL papel del trabajo en el proceso de transformación del mono en hombre». En J. Turia (comp.). Temática del marxismo. Barcelona: Cinc d’Oros (1, 143-145). ENGLAND, G. W. (1991). «The Meaning of Working in the USA: Recent Changes. European Work and Organizational Psychologist» 1(2/3). 111-124. FAGIN, L. y LITTLE, M. (1984). Theforsaken Famiíies. Harmondsworth: Penguin. FRANKLIN, B. (1729). Essays on General Politics, Commerce, and Political Economy. Nueva York. Kelley, (2v.). 1971. FREEMAN, C.; CLARR, J. y SOETE, L. (1982). Unemployment and technical innovation. Londres: F. Pinter. FREUD, S. (1927). El porvenir de una ilusión. Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva. 1973. (2961-2992). — (1930). El malestar en la cultura. Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva.
1973 (3017-3067). FRIEDRICHS, A. y SCHAFF, A. (1982). Microelectrónica y sociedad. Para bien o para mal. Madrid: Alhambra. 1984. FURNHAM, A. F. (1990). The Protestant Work Etic. The Psychology of Work-Related Beliefs and Behaviors. Londres: Routledge. GLOTZ, P. (1992). La izquierda tras el triunfo de Occidente. Valencia: Alfons el Magnánim. GORZ, A. (1988). Metamorfosis del trabajo. Madrid: Sistema. 1995. — (1991). Capitalisme, socialisme, ecologie. Paris: Galilée. GR055IN, W. (1969). El trabajo y el tiempo. Barcelona: Nava Terra. 1974. --- (1974). Les temps de la vie quotidienne. Paris: Mouton. HÁBERMAS, J. (1984). «El fin de ana utopía». El País, 9-XII-t984, 14-15. HALL, R. H. (1975). Ocupations and the social structure. Englewood Cliffs, Nueva Jersey: Prentice-Hall. — (1986). Dimensions of Work. Beverly Hills, Cal: Sage. — (1993). Sociology of Work. Beverly BilIs, Cal: Sage. HARDING, S.; PHILLIPS, D., y F0CARTY, M. (1986). Contrasting values in Western Europe. Londres: McMillan. HARVEY, M. T. y GAVIGAN, 3. P. (1996). «Empresas Agiles». The IPTSReport. 03, 16-22. HESIODO. (1984). Los trabajos y los días. Barcelona: Iberia. INGLEHART, R. (1977). The silent revolution: Changing values and political styles among Western publics. Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press. — (1982). «Changing values in Japan and the West». Camparative Politieal Studies. 14, 44 5-479. — (1991). El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas. Madrid: CtS. JACARD, P. (1960). Historia social del trabajo. Barcelona: Plaza & Janés. 1977. JAHODA, M. (1982). Empleo y desempleo: Un análisis socio-psicológico. Madrid: Morsts.1987. JAHODA, M.; LAZARSFELD, P. F. y ZEISEL, H. (1933). Marienthal: Tite sociography Of and unenployed comunity. Londres: Tavistock. 1972. JONS, S. G. (ed.) (1994). Cibersociety, Computer-Mediated Communications and Community. Beverly-HiIls, Cal: Sage.
KAHN, R. (1981). Work and Health. Nueva York. Wiley. KEISER, V. D.; WILPERT, T. Q B., y RUIZ-QUINTANILLA,A. (eds.) (1988). The meaning of work and technological options. Chichester: Wiley. KELVIN, P. (1984). The historial dimensions of social psychology: The case of unemployment>. ln H. Tajfel (ed.). The social dimension. Londres: Cambridge University Press. (405-424) KELVIN, P. y JARRETT, J. (1985). The social psychological effects of unemployment. Londres: Academic Press. KEYNES, J. M. (1936). Teoría general de la ocupación. el interés y el dinero. México: PCE. (1977). KING, A. y SCHNEIDER, B. (1991). La primera revolución mundial. Informe al Club de Roma. Barcelona: Plaza & Janés. 1992. LAFARGUE, P. (1880). El derecho a la pereza. Madrid: Fundamentos. 1973. LÓPEZ BOLLA, 3. L. (1991). Entrevista: Taleia, 1,9. LURIA, A. R. (1975). Introducción evolucionista a la psicología. Barcelona. Fontanella. 1977. MACHLOWITZ, M. (1981). Workaholics. Reading, MA. Addison-Wesley. MANZANARES, D. (1994). Temas de historia social del trabajo. Barcelona: PPU. MARX, K. (1844). Manuscritos. Economia y filosofia. Madrid: Alianza. 1968. — (1867). El capital. Barcelona: Grijalbo. 1974. MARX, K. y ENGELS, E. (1848). Manfiesto Comunista. Madrid: Akal. 1976. MASLOW, A. (1962). El hombre autorrealizado. Barcelona. Kairoa: 1979. MONTESQUIEU, C. (1748). De L' esprit des bis. Texto citado en UNESCO. (1968). El derecho a ser hombre. Salamanca: Sigueme. 1983. MORSE, N. C. y WEISS, R. S. (1955). «The function and meaning of work and the job». American Sociological Review, 20, 19 1-195. MOW. International Research Group. (1987). The meaning of working. Londres: Academic Press. — (1991). The meaning of work. European Work and Organization Psychologist. 1(2/3) (número monográfico). MTSS. (l987b(. El estrés físico y psicológico en el trabajo. Madrid: Ministerio de Trabajo y S.S. MUNNÉ, E. (1980). Psicosociología del tiempo libre. México: Trillas. NELSON, J. I. (1995). Post-Industrial Capitalism. Beverly Hills, Cal: Sage.
NEWTON, T.; HANDY, J. y FINEMAN, S. (1995). Managing Stress. Emotion and Power at Work. Beverly-HilIs, Cal: Sage. NORA, S. y MINC, A. (1980). La informatización de la sociedad. México: PCE. O’BRIEN, 0. E. (1986). Psychology of work and unemployment. Nueva York: Wiley. —
(1987).
Working
and
non
working:
The
psychology
of
employment,
underemployment and unemployment. Chichester: Wiley. OCDE. (1991). Tecnology and Productivity. Paris: OCDE. — (1991). Tecnology, Productivity and Job Creation. Paris: OCDE. — (1994). Jobs Study. Paris: OCDE. OPPE, K. (ed) (1984). La sociedad del trabajo. Problemas estructurales y perspectivas de futuro. Madrid: Alianza-Universidad. 1992. — (1988). Contradicciones del Estado del Bienestar. Madrid: Alianza-Universidad. 1990. OIT (1961). El empleo como objetivo del desarrollo económico. Ginebra. Oficina Internacional del Trabajo. ORIZO, E. A. (1984). España, entre lo apatía el cambio social. Madrid: Mapfre. — (1991). Los nuevos valores de los españoles. Madrid: Fundación Santa Maria. O’TOOLE, J. (dir.) (1983). Work in America. Cambridge: MA. MIT Presa. — (ed.) (1975). Work and the quality of Iife. Cambridge: MA. MIT Presa. PAHL, R. E. (ed.) (1988). On work. Historícal comparative und theoretical aproaches. Londres: Basil BlackweIl. PEIRÓ, J. M. (1989). «Desempleo juvenil y socializceión para el trabajo». En J. R. Torregrosa; J. Bergere y J. L. Alvaro (eds.). Juventud, Trabajo y Desempleo. Madrid: Ministerio de Trabajo y 5.5. (159-178). — (1992). Desencadenantes del estrés laboral. Madrid: Eudema. — et al. (dirs.) (1993). Los jóvenes ante el primer empleo. El significado del trabajo y su medida. Valencia: Nau. PERRET, B. y ROUSTANG, G. (1993). L ‘ economie contre la societé, Paris: Seuil. PLATÓN. (1981). Diálogos. Madrid: Gredos. — (1969). La República. Madrid. Instituto de Estudios Políticos. QUINN, R. P., y STAINES, G. L. (1979). The 1977 quality of employment survey. Ann Arbor, MI. Institute for Social Research. RACIONERO, L. (1983). Del paro al ocio. Barcelona: Anagrama. — (1989). Lleure a la fi de segle. Xarxa. 20/21, 3 1-32.
RITZER, G. (1995). The McDonalization of society. Beverly HilIs, Cal: Sage. ROCARD, M. (1996). Entrevista. El País, 22 de abril. RODRIGUEZ, A. (1990). «El trabajo humano: Una revaluación de su significado». Libro de Ponencias. 111 Congreso Nacional de Psicología Social. Santiago de Compostela. Santiago. Tórculo. (70-83). ROSANVALLON, P. (1975). «La question du travail». Aujourd'hui, 16, 3-15. ROUSSELET, J. (1974). L' allergie au trovail. Paris: Seuil. RUIZ-QUINTANILLA, A. (1989). «Los valores que la juventud asocia al trabajo. Resultados en la comparación de ocho naciones». En J. R. Torregrosa; J. Bergere y J. L. Alvaro (eds.). Juventud, Trabajo y Desempleo. Madrid: Ministerio de Trabajo y S.S. (26 1-286). SAHLINS, M. (1977). Economía de la Edad de Piedra. Madrid: Akal. SAINT-SIM0N, H. DE (1920-22). El sistema industrial. Madrid: Revista de Trabajo. 1976. SALMASO, P. y P0MBENI, L. (1986). «Le concept de travail». En W. Doise y A. Palmonari (dirs.). L étude des representotians sociales. Neuchátel-Paris: Délachaux-Niestlé (197-208). SCHAFF, A. W. y FASSEL, D. (1988). The Addictive Organization. San Francisco: Harper & Raw. SCNAFF, A. (1982). «Ocupación y trabajo». En A. Friedrichs y A. SCAF (eds.). Microcroectrónica y sociedad. Para bien o para mal. Madrid: Alhambra. (275-283). — (1985). ¿Qué futuro nos aguarda? Barcelona: Grijalbo. SOMBART, W. (1926). El burgués. Madrid: Alianza. 1979. STEERS, R. M. y PORTER, L. W. (1975). Motivation and Work Behavior. Nueva York: McGraw-Hill. STOETZEL, 3. (1983). ¿Qué pensamos las europeos? Madrid: Mapfre. SZTOMPKA, P. (1995). Sociología del cambio social. Madrid: Alianza-Universidad. TAUSKY, C. y PIEDMONT, G. E. (1967). «The meaning of work and unemployment: lmplications for mental health». International Journal of Social Psychiatry. 14, 4449. TOFFLER, A. (1980). La Tercera Ola. Barcelona: Plaza & Janés. — (1983). Avances y Premisas. Barcelona: Plaza & Janés. TORREGROSA, J. R. (1989). «Actitud de los jóvenes ante el trabajo». En J. R. Torregrosa; .J. Bergere y J. L. Alvaro (eds.). Juventud, Trabajo y Desempleo.
Madrid: Ministerio de Trabajo y S.S. (179-190). TOURAINE, A. (1969). La sociedad postindustrial. Barcelona: Ariel. 1970. UNESCO. (1968). El derecho a ser hombre. Salamanca: Sígueme. 1983. VECCHIO, R. P. (1980). «The function and meaning of work and the job: Morse and Weiss (1955) revisited». Academy of Management Journal. 23, 361-367. VUILLEMIN, 1. (1949). L' etre et le travail. Paris: PUF. WARNECK, H. J. (1993). The Fractal Company. Nueva York: Springer. WARR, P. B. (1987). Work, unemployment and mental health. Oxford: Clarendon. — (ed.) 1971). Psychology at work. Londres: Penguin. WEBER, M. (1905). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península. 1969. WILPERT, P. y RUIZ QUINTANILLA S. A. (1985). Work related values of the young. Paris. United Nations Educational Scientific and Cultural Organization. WOSY. International Research Group. (1989). Socialización laboral del joven: un estudio transnacional. Papeles del Psicólogo, 39/40, 32-35. YANKELOVICH, D. (1974). The new moralitv: A profile of american youth in the 70 ‘s. Nueva York: McGraw-Hill
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
CCE (1994). Crecimiento, competitividad y empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXI. Libro Blanco. Luxembourg. Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas.
Es la respuesta de la Comisión al encargo por el Consejo Europeo de un documento base para la definición de Sus estrategias políticas a medio plazo en orden a afrontar los problemas interrelacionados del crecimiento económico, de la competitividad a escala mundial y de la creación de empleo. Presenta un panorama esquemático de la situación macroeconómica actual y de sus tendencias de desarrollo, como base para la identificación de los retas y las pistas para entrar en el siglo XXI.
JAHODA, M. (1982). Empleo y desempleo: Un análisis socio-psicológico. Madrid: Morata. [987.
Con la publicación de esta obra, la autora celebra el medio siglo de sus primeras Investigaciones sobre el tema; lo que le permite comparar los respectivos estados de la cuestión en los años treinta y en los ochenta. Interpreta los efectos del desempleo a partir de la consideración de las funciones psicosocialmente estructurantes del empleo. Su modelo de la deprivación ha estimulado la reflexión y el debate en tomo a un tópico central en las Ciencias Sociales.
KING, A. y SCHNEIDER, B. (1991). La primera revolución mundial. Informe al Club de Roma. Barcelona: Plaza & Janés. 1992.
Como es norma habitual en los Informes al Club de Roma, el presente aporta hechos y reflexiones en orden a inspirar decisiones político-económicas y sociales de las que es función el futuro de la humanidad. Insiste de modo especial en el carácter global de la problemática, de los desafíos y de la resolútica.
MOW. International Rcsearch Group. 11987). The meaning of working. Londres: Academic Press.
Constituye el informe final de un macroestudio transcultural, de diseño transversal, realizado, entre 1978 y 1984, en ocho países de tres continentes, sobre lo que significa para la gente común el trabajar en situación de empleo. Sus instrumentos metodológicos y sus datos, especialmente los concernientes al Work Centrality lndex, son una referencia obligada en los estudios posteriores del tema.
WARR, P. B. (1987). Work, unemployment and mental health. Oxford: Clarendon.
Esta obra ofrece el riguroso y sugestivo desarrollo de un marco conceptual sistemático (el Modelo Vitamínico) para la comprensión de las efectos del
entramo sociolaboral sobre el bienestar psicológico.