Otra Universidad Es Posible 3a1a1f

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OTRA UNIVERSIDAD ES POSIBLE, PERO SIN NOSOTRAS… IMPOSIBLE Ana Silvia Monzón1

El cambio de milenio nos mostró los efectos más perversos del neoliberalismo, que se ensaña con las vidas de millones de personas que no encuentran acomodo en este mundo globalizado; nos dejó momentáneamente sin ideas frente al discurso del fin de la historia, herederos/as perplejos/as de los metarelatos que brindaron una falsa sensación de seguridad durante más de un siglo; con la aparente imposibilidad de plantear alternativas ante pensamientos postmodernos que, en sus versiones más fundamentalistas, todo lo relativizan y lo diluyen. En Guatemala, el siglo veintiuno nos encontró con estructuras añejas construidas y apuntaladas durante centurias de colonialismo, liberalismo a ultranza y una versión distorsionada de la modernidad que ha alcanzado a una ínfima parte de la sociedad, conformada por redes de parentesco que hunden sus raíces en linajes y aristocracias basados en el despojo, la explotación, el racismo, el autoritarismo y por supuesto el machismo. Asimismo, con una sociedad fragmentada, lacerada por cuatro décadas de guerra interna que concluyeron con unos Acuerdos de Paz que ahora nadie recuerda, ya que fueron despojados de su sentido transformador para expresarse en medidas políticas que no logran tocar los núcleos de poder económico, político, social y cultural. En ese proceso de guerra fuimos afectados todos y todas, y particularmente miles de jóvenes –mujeres y hombres- que creyendo en el cambio, abonaron con sus vidas el camino que nos trae al presente. Y en esa historia la Universidad de San Carlos tuvo un papel vital como lo muestran los cientos de nombres y rostros de estudiantes –mujeres y hombres- que fueron víctimas de la represión estatal.

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Socióloga y comunicadora. Feminista. Cofundadora de Voces de Mujeres, la Red Mujeres al Aire y Mujeres Abriendo Caminos, iniciativas que reivindican el derecho de las mujeres a la comunicación.

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La Universidad como institución sitúa sus orígenes en los siglos XI y XII, aunque se reconocen antecedentes desde la Antigüedad. Surgió estrechamente vinculada a la poderosa iglesia católica y reproducía en su seno –dicho en palabras de hoyjerarquías de clase, género y etnia; ideologías profundamente conservadoras y saberes muy parcializados. La Universidad se fue transformando. Sin embargo y a pesar de los cambios políticos, de la ampliación de derechos, de la instauración de la educación laica y gratuita en el contexto de la Revolución Industrial y la Ilustración, las puertas de las universidades permanecieron vedadas a las mujeres, y a otros grupos sociales hasta bien entrado el siglo diecinueve. El siglo veinte fue el momento de irrupción de las mujeres en la academia, aunque un mayor no ha garantizado cambios en los contenidos educativos, en los paradigmas, en la noción de lo que es científico y en las estructuras de poder. El camino para que más mujeres ingresen a las universidades ha sido lento y tortuoso, más aún para las mujeres indígenas, afrodescendientes y de otros pueblos, así como para quienes viven en el área rural. Aunque durante mucho tiempo la Universidad fue no sólo centro de conocimiento, sino un espacio para la movilidad social, los cambios tecnológicos, políticos y económicos fueron desgastando ese perfil, sobre todo para las universidades estatales que, hacia finales del siglo veinte -apenas ayer- se enfrentaron con la mercantilización de los saberes, y con retos a lo que históricamente había sido su razón de ser. Además, fueron blanco especial de las políticas neoliberales para las que resulta impensable la idea de la educación gratuita, se pasó de la noción de la educación como derecho a la de la educación como una mercancía más, que se rige por los vaivenes del mercado. El carácter transformador de la ciencia, y del conocimiento al servicio de las mayorías, se fue perdiendo en las universidades en las que alguna vez existió tal proyección. La Universidad, como institución, fue sometida a crítica: desde unas posturas por sus pretensiones universalizantes y aparentemente neutrales, por la exclusión, por su carácter elitista. Y desde otras, por ser sesgada, parcial y comunista.

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En nuestro medio la Universidad estatal fue blanco especial de la represión en distintos períodos de la historia, y recientemente, en los años setenta y ochenta cuando cientos de estudiantes fueron desaparecidos, asesinados, torturados, exiliados. Un golpe a la intelectualidad del que aún no se ha recuperado. A la represión siguió, como ha expresado la sindicalista Ma. Antonieta García, la corrupción, en todos sus niveles y sectores: estudiantes que no estudian, profesores que no enseñan, funcionarios que no desarrollan una visión de comunidad universitaria, investigadores que no investigan. Se fue instalando una anomia académica que ha impedido desarrollar pensamiento crítico, transformador. Y esto por supuesto tiene varias aristas, la de quienes teniendo responsabilidad en su conducción no han introducido los cambios necesarios, y la de quienes, indiferentes, no asumimos el compromiso de promover cambios, cambios que implicarían movilización y organización. Tenemos miedo y como dice Aung San Suu Kyi, Premio Nóbel de la Paz "No es el poder lo que corrompe sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a los que lo detentan y el miedo al látigo del poder corrompe a los que están sujetos al mismo". Esto ilustra perfectamente lo que está en el fondo de nuestras reacciones; tenemos miedo a

reconocer y desarrollar la

autoridad ética e intelectual. Es una faceta más de la crisis. Y esta resistencia o miedo al cambio tiene larga data, como lo atestigua esta cita expresada por quienes lideraron la Reforma de Córdoba en 1918 2 “Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto".

Esta frase escrita hace casi un siglo ilustra muy bien una serie de situaciones que académicas

y

académicos

viven

en

las

universidades

actualmente

y

particularmente en la Universidad de San Carlos que, como ya se dijo, ha pagado un alto precio en vidas e intelectos humanos en las largas noches represivas que caracterizan a nuestro "bello y horrendo país".

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Luchas estudiantiles en Córdoba, Argentina, que buscaban la autonomía universitaria de los intereses estatales, elevar la calidad académica, y la proyección hacia la sociedad.

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A las mujeres se nos ha cobrado con creces: primero para tener a la universidad y luego para tener los espacios que en justicia nos corresponden, ya que muchas han demostrado sus enormes capacidades intelectuales en todas las disciplinas. Muchos son los agravios infligidos a las mujeres a lo largo de la historia en los ámbitos universitarios: burlas, rechazo, descalificación de sus capacidades y sus saberes, irrespeto a su condición maternal, violación de sus derechos laborales, acoso, limitación a sus justas aspiraciones a co-dirigir la academia, intimidaciones, y un largo etcétera. En el 2001 nació el Foro Social Mundial y se descubrió que Otro mundo es posible, que no es cierto que la historia haya concluido, que hay algo más allá de la globalización, del lucro y la acumulación. Que es vital detener la explotación sin medida de la naturaleza, de los seres humanos, que es necesario poner la vida, la buena vida, en el centro de nuestras preocupaciones. Así hemos ido descubriendo que otra sociedad es posible, incluso como plantean José Ignacio y María López Vigil, que otro dios es posible y, agregamos nosotras, que otra ciencia es posible. Efectivamente, la comunidad universitaria necesita hacer un alto y promover cambios desde ya… porque si no ¿cuándo? Y si no somos nosotras y nosotros ¿Quiénes? Porque me pregunto, y les pregunto otro mundo es posible, otra universidad es posible, pero….¿cómo? Debemos pasar del discurso a las acciones concretas para que ese otro mundo, esa otra universidad se hagan realidad. Y en ese proceso, sin ustedes, sin nosotras eso será imposible. Guatemala, Escuela de Historia 17-9-2008

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